Adorada gente mía:
>
> Gracias a todos los que mandaron mails por las fiestas, es muy meritorio que
> hayan encontrado un hueco para tal fin en los agitados días del mes de
> diciembre. Gracias a todos los que no enviaron nada porque seguro tuvieron
> las ganas pero no pudieron. Gracias a los amigos que veo siempre porque eso
> significa que nos queremos. Gracias a los que veo poco porque eso no
> significa nada. Gracias a las primas por estar siempre cerca llenando de
> risas infantiles y abrazos de hermandad mi transcurso por la vida. Gracias
> Tini y Santi por ser los sobrinos más lindos y buenos del mundo. Gracias a
> los suegros por ser tan generosos y los mejores abuelos. Gracias a Elcira
> por tanto. Gracias Ivi por ser tan linda. Gracias Gasti por ser mi
> hermano. Gracias Vivi y Daniel por los momentos compartidos. Gracias Vicky
> por ser mi gran amiga y la madrina de mi niña. Gracias Guada por tus
> rulitos y tus saltitos y tus risitas. Gracias a la familia de Innocentiis
> por todo su amor. Gracias a los literatos por amar lo mismo que yo.
> Gracias a Paula por la ropa, la cama, los mates, los chusmeríos y todos los
> instantes compartidos. Gracias a las mamás y piojos del jardín por haberse
> colado en mi corazón. Gracias a los espisúa por ser amigos de la casa.
> Gracias Mechi por dejarte quebrar por mi nena. Gracias Agus por haberme
> dejado ser parte de tu cumple y por dejarme siempre ser parte de tu vida.
> Gracias Ceci por estar incondicionalmente. Gracias Sil por tenernos siempre
> en cuenta. Gracias Juan por tantas cosas tan llenas de letras. Gracias
> Lopez por hacernos sentir queridos a pesar de los kilómetros. Gracias
> Marianita por escribirme esos mails. Gracias Nico, Mari y Santi por ser tan
> bonitos. Gracias a mis amigas con las que ya no nos tomamos aquellos vinos.
> Gracias Pato por las confesiones, catarsis y halagos compartidos. Gracias
> Beker por seguir esperando mi carta. Y a ustedes, Diego y Violeta gracias
> por alegrar mi vida a fuerza de caprichos, corridas, risas, apretones,
> palabras, canciones y tanto pero tanto amor, son lo que más amo en el
> mundo...
>
> Así que feliz Navidad para todos y gracias otra vez y siempre.
>
> Los quiero mucho,
>
> Maca
http://es.wix.com/website-template/view/html/689?originUrl=http%3A%2F%2Fes.wix.com%2Fwebsite%2Ftemplates%2Fhtml%2Fall%2F6&bookName=create-master-current-241213&galleryDocIndex=3&category=all
Thursday, December 27, 2007
Wednesday, December 05, 2007
Balance
Viste cómo soy: nunca puedo evitar los balances teñidos de rojo y verde con los brillos plateados y las lucecitas de colores intermitentes que me contengo de comprar en el “Todo por dos pesos” en el que, dicho sea de paso, nada vale dos pesos. Y desde ya en la Navidad el infaltable recuerdo del pajarito más feo del mundo que canturreaba hasta que sus pilas se fueron a contaminar el medio ambiente. Ahora que veo noticieros me entero de los crímenes irresolutos, de los niños que siguen muriendo de hambre, y hasta de que los presidentes cambian a fuerza de cirugías estéticas y labios inflados de algo que se llama botox. Moneda corriente, parece ser. ¿Yo?, bien, avejentada en mis treinta no tanto por las marcas de alrededor de los ojos que quedaron en un segundo plano. No. Esas tanto tanto no me molestan. A mí me molestan las otras, las del tiempo casi real, las espirituales, esas que no cicatrizan (las turras, las malas, las ensañaditas).
Y como quien no quiere la cosa se me dio por volver a aquellos seres impersonales, sanguíneos, tan empecinada, obstinada y firme como siempre en mi misión de encontrar razones en la demencia. Así como lo escuchás, che. Vender, comprar, heredar, intentar un diálogo... Pero no es posible. Igual, ojo, creo que ya entendí. Creo, mirá si no...
“Chicos, chicos, vengan, escuchen:
La locura ahora es la madre que perdimos.
¿No les parece horrendo?”.
No. Ni en eso el acuerdo.
Un rostro inmejorable me sonríe, me canta, me hace soñar, escribir apurada, sentirme útil, mujer, demasiado ocupada. La velocidad del tiempo no me gusta. En el jardín, sentada al sol los pocos segundos que lo tolero, me recuerdo también a mí, a la que era con los dientes más desparejos o incluso con los anteriores, con esos dichosos blancuzcos que no preocupaban. Pero tanto que tanto nos me pasó, y ojo que no hablo del agua porque lejos estoy siempre de los puentes y lo que es peor, de los arroyos.
Siempre hablamos de otra cosa así como también siempre necesitamos más agua.
Por eso la ilusión de un futuro natural me hace llorar. Lo veo tan difícil como la comprensión de mi hartazgo y también la de los grandes temas, de mis enormes ausencias, de mis tantos y repetidos duelos que no cesan. Y me visto de negro pensando en que ha de ser en parte por eso. Y veo una música y escucho un teatro y tiemblo soñando con que algún día me sintetizaré por fin en un libro que generará otro y otros y otros. Eso si lo sé, esa sí es una certeza que encima puedo disfrutar. Y cuando mi hija no me copie más, y cuando se enoje conmigo y sienta la vergüenza de los hijos crecidos e inteligentes, lloraré más que hoy, más que ahora, eso también lo sé pero no lo disfruto.
Un marido que trabaja y una mujer que a veces soy yo reclamando y exigiendo. Ingratamente cansada del espacio imposible, de los muebles antiguos y de siempre. Se han ordenado así los papeles mientras la pollera floreada ayuda a que me miren y me halaguen por la calle sin saber que antes era más linda pero menos tantas otras cosas.
La flameante primavera con el verano prometedor . Preparar la mochila, leer el cuaderno de comunicados, encontrar el equilibrio de los límites. La hora maldita de bajar las persianas; el desenlace del día. La noche de a tres. Me pongo crema, mando besos, y en el medio escribo furtivamente, como loca, desquiciada, como la que necesito ser.
(¿Sabés que a veces no me doy cuenta y salgo a la calle con la cara pintada de témpera?)
Mencionar, mencionarme, buscar y buscarme: la contractura feroz con la que mi cuerpo me avisa la catástrofe del cansancio. Pará, es tan fácil la recomendación. Fin de año. Pará un poco, descansá. ¡Ay, si pudiera!. Las noches se apilan sin sexo como los bloques de madera, las torres, los castillos y esas muñecas que han vuelto a nacer en su segunda vida, con historia mejor, con dueña preciosa.
“Saco una manito la hago bailar, la cierro la abro y la vuelvo a guardar”
Y ella... Ella que acomoda las sillitas rosadas y finge que tiene más gente a su alrededor (¿o acaso la tiene?). Ella que se tira agua encima del cuerpo de piel más que suave y me invita una y otra vez a ser su amiguita.
“Ahora si, a ver qué lindo, ¡muy bien!, ahora no, estoy ocupada, estoy cocinando, dejame escribir, no te vayas, decile a la señora cómo te llamás, quedate conmigo, te amo, cuidame, no, no me cuides, yo te tengo que cuidar, a los amigos no se les pega, hay que com-par-tir, te cuido, estás paspada, estás pintada, estás sucia, qué linda sos despeinada, poco pelo, los ojos más halagados de Dios, risa falsa, tus grititos cada vez más fuertes y agudos, nunca fui tan feliz, tu caca no me da asco, nunca amé tanto a alguien, y en tu detrás y en cada rincón quedate tranquila que estoy yo, tu madre más judía que nunca”.
Yo
Convertida más en madre que en mí misma, pá qué te voy a mentir, y encima el miedo de perder en cada latido, con el humo que me roza de costado, que me tienta, con la comida, el pueblo, las compras, (porque acá la carne es mejor y allá el tomate es más rojo), la sopa de verduras natural, la falta de calditos, esa voz que dice “señora hay que comprar líquido para los muebles de madera” que me deja imaginar una morena que me limpia la casa y hace disparar los corazones de los policías y obreros de mi barrio. El teléfono, el jardín de infantes, el jardinero, el sodero, la depiladora, el diarero, el pediatra, los chiches, la familia política, la batalla del movimiento, los hermanos elegidos, las comidas, los eventos, los globos, los vestidos blancos, las cien películas no vistas, todo lo que ya no se fuma, las tres horas de pre-jardín. Y en el medio la tele que incluso apagada muestra a un tipo macabro que se sigue metiendo alfajores en la boca para burlarse de la gente. “En casa no se ve esa mierda”, dice la voz cerrada del nuevo jefe de hogar. No, en casa nada de mierda, por eso el baño clausurado.
Las amigas que recomiendan salir de casa. Las solteras que no entienden. Las casadas con las que las quejas se convierten en canciones y llantos. Nosotras, ellas, las nuevas y las viejas tan pero tan joviales y salidoras. Consejos al por mayor, pasen y vean, es todo carísimo. Alumnos y profesores, una psicóloga, enseñar y ser bien enseñada y mal aprendida. Mis novelas inéditas, las que todavía no sé que voy a escribir. Las demandas de la abuela generosa. El futuro de heredera. Él en su silencio. Menor cantidad de deseo. Me arreglo para su llegada. Me pinto los ojos a la noche. Me pongo perfume. Pido que me saquen a pasear y me compren chocolates. Las obligaciones sociales, el no parar, el uno dos y tres. Y ahora respiren profundo y vayan abriendo los ojos porque la clase terminó.
Y sí viste, ser mamá te cambia la vida, sobre todo las prioridades y la sensibilidad. ¿Yo?, ya tres días de la madre, gracias, y también navidades felices siempre excesivas mereciendo la nunca suficiente gratitud. Y riendo a carcajadas pienso en las preguntas que ya no podré hacerle a mi madre, las que no quiero que me conteste mi padre, los interrogantes, el dolor que mata y quema desde la garganta hasta los riñones. La felicidad que cura. Los cumpleaños infantiles, presupuesto de sonrisas y juguetes. Las enfermedades, los problemas de adultos que tenemos nosotros los niños. Pocos secretos, amor por mi hombre, dudas y muchas más ganas que concreciones. La alianza que beso a diario de aquel casamiento que pasó hace mil años, un viernes. La gente que pregunta “¿y el segundo para cuando?”, y vos que querés pensar que te hablan de un televisor.
Mi hoy feliz, mi soledad, mi maternidad, mi matrimonio, mi no casa, la velas nuevas que no me compro, el sueño de un verdadero cuarto de la nena recién pintado y yo que desde ahora te doy mi palabra: nunca más voy a ir al velorio con un muerto a la vista tan amarillo. No deseo encontrarme más con mi entonces y mi alerta y una banda de tíos y primos con sus caras deformadas por el tiempo y el alcohol. La inmensa hipocresía que quizás no lo es tanto porque al fin y al cabo, pienso, cada uno hace lo que puede con su vida.
Pero por suerte casi siempre hay alguien que tiene mi mejor cara y que se apiada de mí alguna noche y me entrega mi nombre escrito con linda letra sobre un cuaderno rayado. Yo lo leo una y otra vez conmovida por el milagro: es el mismo mi nombre, mi puente, mi arroyo, mi línea, mi familia, SOY YO. Una denominación femenina, tácita, circular, dibujada en perfecto español con trazo abierto, compuesto y tan lagrimal como pueda ser posible. Y el alguien poniendo voz de abuelo o de madre que me pregunta: “Macarenita querida, ¿cómo estás?”, sin esperar, por suerte divina, ninguna respuesta.
Macarena
30 de Noviembre de 2007
Y como quien no quiere la cosa se me dio por volver a aquellos seres impersonales, sanguíneos, tan empecinada, obstinada y firme como siempre en mi misión de encontrar razones en la demencia. Así como lo escuchás, che. Vender, comprar, heredar, intentar un diálogo... Pero no es posible. Igual, ojo, creo que ya entendí. Creo, mirá si no...
“Chicos, chicos, vengan, escuchen:
La locura ahora es la madre que perdimos.
¿No les parece horrendo?”.
No. Ni en eso el acuerdo.
Un rostro inmejorable me sonríe, me canta, me hace soñar, escribir apurada, sentirme útil, mujer, demasiado ocupada. La velocidad del tiempo no me gusta. En el jardín, sentada al sol los pocos segundos que lo tolero, me recuerdo también a mí, a la que era con los dientes más desparejos o incluso con los anteriores, con esos dichosos blancuzcos que no preocupaban. Pero tanto que tanto nos me pasó, y ojo que no hablo del agua porque lejos estoy siempre de los puentes y lo que es peor, de los arroyos.
Siempre hablamos de otra cosa así como también siempre necesitamos más agua.
Por eso la ilusión de un futuro natural me hace llorar. Lo veo tan difícil como la comprensión de mi hartazgo y también la de los grandes temas, de mis enormes ausencias, de mis tantos y repetidos duelos que no cesan. Y me visto de negro pensando en que ha de ser en parte por eso. Y veo una música y escucho un teatro y tiemblo soñando con que algún día me sintetizaré por fin en un libro que generará otro y otros y otros. Eso si lo sé, esa sí es una certeza que encima puedo disfrutar. Y cuando mi hija no me copie más, y cuando se enoje conmigo y sienta la vergüenza de los hijos crecidos e inteligentes, lloraré más que hoy, más que ahora, eso también lo sé pero no lo disfruto.
Un marido que trabaja y una mujer que a veces soy yo reclamando y exigiendo. Ingratamente cansada del espacio imposible, de los muebles antiguos y de siempre. Se han ordenado así los papeles mientras la pollera floreada ayuda a que me miren y me halaguen por la calle sin saber que antes era más linda pero menos tantas otras cosas.
La flameante primavera con el verano prometedor . Preparar la mochila, leer el cuaderno de comunicados, encontrar el equilibrio de los límites. La hora maldita de bajar las persianas; el desenlace del día. La noche de a tres. Me pongo crema, mando besos, y en el medio escribo furtivamente, como loca, desquiciada, como la que necesito ser.
(¿Sabés que a veces no me doy cuenta y salgo a la calle con la cara pintada de témpera?)
Mencionar, mencionarme, buscar y buscarme: la contractura feroz con la que mi cuerpo me avisa la catástrofe del cansancio. Pará, es tan fácil la recomendación. Fin de año. Pará un poco, descansá. ¡Ay, si pudiera!. Las noches se apilan sin sexo como los bloques de madera, las torres, los castillos y esas muñecas que han vuelto a nacer en su segunda vida, con historia mejor, con dueña preciosa.
“Saco una manito la hago bailar, la cierro la abro y la vuelvo a guardar”
Y ella... Ella que acomoda las sillitas rosadas y finge que tiene más gente a su alrededor (¿o acaso la tiene?). Ella que se tira agua encima del cuerpo de piel más que suave y me invita una y otra vez a ser su amiguita.
“Ahora si, a ver qué lindo, ¡muy bien!, ahora no, estoy ocupada, estoy cocinando, dejame escribir, no te vayas, decile a la señora cómo te llamás, quedate conmigo, te amo, cuidame, no, no me cuides, yo te tengo que cuidar, a los amigos no se les pega, hay que com-par-tir, te cuido, estás paspada, estás pintada, estás sucia, qué linda sos despeinada, poco pelo, los ojos más halagados de Dios, risa falsa, tus grititos cada vez más fuertes y agudos, nunca fui tan feliz, tu caca no me da asco, nunca amé tanto a alguien, y en tu detrás y en cada rincón quedate tranquila que estoy yo, tu madre más judía que nunca”.
Yo
Convertida más en madre que en mí misma, pá qué te voy a mentir, y encima el miedo de perder en cada latido, con el humo que me roza de costado, que me tienta, con la comida, el pueblo, las compras, (porque acá la carne es mejor y allá el tomate es más rojo), la sopa de verduras natural, la falta de calditos, esa voz que dice “señora hay que comprar líquido para los muebles de madera” que me deja imaginar una morena que me limpia la casa y hace disparar los corazones de los policías y obreros de mi barrio. El teléfono, el jardín de infantes, el jardinero, el sodero, la depiladora, el diarero, el pediatra, los chiches, la familia política, la batalla del movimiento, los hermanos elegidos, las comidas, los eventos, los globos, los vestidos blancos, las cien películas no vistas, todo lo que ya no se fuma, las tres horas de pre-jardín. Y en el medio la tele que incluso apagada muestra a un tipo macabro que se sigue metiendo alfajores en la boca para burlarse de la gente. “En casa no se ve esa mierda”, dice la voz cerrada del nuevo jefe de hogar. No, en casa nada de mierda, por eso el baño clausurado.
Las amigas que recomiendan salir de casa. Las solteras que no entienden. Las casadas con las que las quejas se convierten en canciones y llantos. Nosotras, ellas, las nuevas y las viejas tan pero tan joviales y salidoras. Consejos al por mayor, pasen y vean, es todo carísimo. Alumnos y profesores, una psicóloga, enseñar y ser bien enseñada y mal aprendida. Mis novelas inéditas, las que todavía no sé que voy a escribir. Las demandas de la abuela generosa. El futuro de heredera. Él en su silencio. Menor cantidad de deseo. Me arreglo para su llegada. Me pinto los ojos a la noche. Me pongo perfume. Pido que me saquen a pasear y me compren chocolates. Las obligaciones sociales, el no parar, el uno dos y tres. Y ahora respiren profundo y vayan abriendo los ojos porque la clase terminó.
Y sí viste, ser mamá te cambia la vida, sobre todo las prioridades y la sensibilidad. ¿Yo?, ya tres días de la madre, gracias, y también navidades felices siempre excesivas mereciendo la nunca suficiente gratitud. Y riendo a carcajadas pienso en las preguntas que ya no podré hacerle a mi madre, las que no quiero que me conteste mi padre, los interrogantes, el dolor que mata y quema desde la garganta hasta los riñones. La felicidad que cura. Los cumpleaños infantiles, presupuesto de sonrisas y juguetes. Las enfermedades, los problemas de adultos que tenemos nosotros los niños. Pocos secretos, amor por mi hombre, dudas y muchas más ganas que concreciones. La alianza que beso a diario de aquel casamiento que pasó hace mil años, un viernes. La gente que pregunta “¿y el segundo para cuando?”, y vos que querés pensar que te hablan de un televisor.
Mi hoy feliz, mi soledad, mi maternidad, mi matrimonio, mi no casa, la velas nuevas que no me compro, el sueño de un verdadero cuarto de la nena recién pintado y yo que desde ahora te doy mi palabra: nunca más voy a ir al velorio con un muerto a la vista tan amarillo. No deseo encontrarme más con mi entonces y mi alerta y una banda de tíos y primos con sus caras deformadas por el tiempo y el alcohol. La inmensa hipocresía que quizás no lo es tanto porque al fin y al cabo, pienso, cada uno hace lo que puede con su vida.
Pero por suerte casi siempre hay alguien que tiene mi mejor cara y que se apiada de mí alguna noche y me entrega mi nombre escrito con linda letra sobre un cuaderno rayado. Yo lo leo una y otra vez conmovida por el milagro: es el mismo mi nombre, mi puente, mi arroyo, mi línea, mi familia, SOY YO. Una denominación femenina, tácita, circular, dibujada en perfecto español con trazo abierto, compuesto y tan lagrimal como pueda ser posible. Y el alguien poniendo voz de abuelo o de madre que me pregunta: “Macarenita querida, ¿cómo estás?”, sin esperar, por suerte divina, ninguna respuesta.
Macarena
30 de Noviembre de 2007
Wednesday, November 07, 2007
Yo no sé si es la vida misma
o qué
lo que me da placer.
Ese placer inmediato
e instantáneo
“Placer puro placer”.
Y a la vuelta,
más placer...
Ojo que otras veces no es así y tengo que andar cubriéndome la cabeza
escapando de tantos cosos feos que me erizan y me duelen.
Pero hoy no. Hoy placer.
Placer de la mañana y el lápiz y el mate que me tiñe los dientes de verde para convertirme en monstruo. Y el orden hogareño. Y las dudas de siempre (también verdes).
o qué
lo que me da placer.
Ese placer inmediato
e instantáneo
“Placer puro placer”.
Y a la vuelta,
más placer...
Ojo que otras veces no es así y tengo que andar cubriéndome la cabeza
escapando de tantos cosos feos que me erizan y me duelen.
Pero hoy no. Hoy placer.
Placer de la mañana y el lápiz y el mate que me tiñe los dientes de verde para convertirme en monstruo. Y el orden hogareño. Y las dudas de siempre (también verdes).
Wednesday, October 03, 2007
VIOLETISMOS
El primero: La chiquita me roba un portacosméticos y extrae del mismo un protector diario, un Carefree para ser más exactos. Lo abre, le quita la banda autoadhesiva, viene a mí sujetando el elemento con actitud de entrega, y me dice: "Tomá, mamita, conchi".
El segundo: Estamos viendo "Babe, el chanchito valiente" y en una parte el matrimonio de granjeros discute con un tono de voz algo elevado. Mirando concentradísima niega con la cabeza y dice: "Mamita mejor, papito mejor".
El tercero: Diego y yo salimos solos el sábado a la noche y la pequeña quedó en casa al cuidado de la tía "Limón", tal cómo la nombra. A la mañana escucho su vocecita y voy a su encuentro. -Hola, Viole, vino mamita-, y ella, enojada por nuestra terrible actitud de haber osado divertirnos sin su presencia, señalando a Limón me dice: "No. Mamita ésta".
Besos al mundo lector y uno muy especial a Don Sergio Ariel Beker con quien quisiera establecer una comunicación más directa ni bien sea posible.
Besos, la madre de Violeta...
Sunday, September 16, 2007
Había una vez una chica muy muy joven que tenía un blog y que un día lo abandonó prometiéndole que volvería. Hasta ahora eso no pasó y el blog se siente solo, abandonado y sin ganas de hacer nada. Quien pueda aportar datos del paradero de esa chica muy muy joven pasará a poseer nuestro profundo agradecimiento por siempre.
Nos.
Thursday, August 02, 2007
“Violetismos”
Querido público LECTOR:
Como leerán, me he propuesto agregar al blog algunos cuentos, además de seguir con los relatos del día a día a los que los tengo acostumbrados. También me gusta la idea de agregar una serie de episodios verbales que tienen como protagonista a mi hija. Los llamaré “Violetismos” y aquí va la primera entrega...
Una del lunes: la estoy bañando y agarra el frasco de shampoo al grito de "¡¡¡Pumpa mamita, pumpa!!!", le digo que no un par de veces mientras ella intenta abrirlo sin éxito. Cuando advierte que mi negativa es sostenida me dice "Dale mamita, ¡oseas mala!". - Me mató -.
Otra: me pongo un pantalón nuevo que no había usado antes porque me quedaba grande, en la parte de la cintura tiene unas tachitas brillantes, muy parecido al tipo de los que usa Carmen, la chica que nos ayuda con la casa y la niña. Violeta se me acerca e inspecciona el pantalón con cara de "esto es nuevo, yo no lo vi antes" y me dice: "Ete e Marmen, Mamita". En fin... Si eso no es poder de observación en combinación con una aguda asociación de conceptos, no sé qué es... Tengamos en cuenta el dato: un año y nueve meses...
Babosos saludos de madre argentina para todos!
Maquis
Como leerán, me he propuesto agregar al blog algunos cuentos, además de seguir con los relatos del día a día a los que los tengo acostumbrados. También me gusta la idea de agregar una serie de episodios verbales que tienen como protagonista a mi hija. Los llamaré “Violetismos” y aquí va la primera entrega...
Una del lunes: la estoy bañando y agarra el frasco de shampoo al grito de "¡¡¡Pumpa mamita, pumpa!!!", le digo que no un par de veces mientras ella intenta abrirlo sin éxito. Cuando advierte que mi negativa es sostenida me dice "Dale mamita, ¡oseas mala!". - Me mató -.
Otra: me pongo un pantalón nuevo que no había usado antes porque me quedaba grande, en la parte de la cintura tiene unas tachitas brillantes, muy parecido al tipo de los que usa Carmen, la chica que nos ayuda con la casa y la niña. Violeta se me acerca e inspecciona el pantalón con cara de "esto es nuevo, yo no lo vi antes" y me dice: "Ete e Marmen, Mamita". En fin... Si eso no es poder de observación en combinación con una aguda asociación de conceptos, no sé qué es... Tengamos en cuenta el dato: un año y nueve meses...
Babosos saludos de madre argentina para todos!
Maquis
Wednesday, August 01, 2007
Las hijas
Se acababa de ir la mayor cuando llegó la más chica; mi preferida. Apareció con la piel mojada y los ojos hundidos, cansados. Abrió la puerta, se acercó a mi silla para besarme y sentí su olor a pesar de que estaba muy transpirada. Cuarenta grados de calor, Buenos Aires sin aire y sin sueños en el verano vacío de mi vejez, susurré poéticamente para mí. Hay mañas que no se pierden nunca. Ella se prendió un cigarro que la mareó y lo apagó enseguida. Tantos días hacía que no la veía, que no me visitaba, los sentía años. Claro, de los viejos nadie se acuerda, eso es así... Qué dolor. Mañana sería otra cosa, ella estaría bañada y yo también. Quizás hasta nos sonriamos la una a la otra... ¿quién sabe algo del mañana?. Ella puso el agua para unos mates mientras intentaba fumar otra vez. Sé que va a morirse de eso, no sé cómo lo sé, pero lo sé. Es que ella nunca me hace caso, es como si yo ya no tuviera autoridad para decirle o aconsejarle nada. Cuando le dije los nombres de quienes la habían llamado tampoco dijo nada, es más, hasta frunció los ojos demostrando incomprensión. Tomamos mate en silencio. Sabía perfectamente que odiaba mi solero, por eso me lo miraba con ese desprecio tan parecido al de su padre cuando discutíamos. Yo detestaba sus modales y debía convivir con ellos, así que las dos sufríamos por lo mismo aunque ella no quisiera reconocerlo. Nunca me dio la razón, ni siquiera cuando su cáncer se hizo notar primero en la tos y después en todos lados. Cenaríamos lechuga, tomate, los dos huevos que habían quedado del almuerzo y quizás, un poco de sandía a modo de postre. Postres eran los de antes, los que solía hacer yo para mi marido y mis hijas...
Ya era tarde: ocho y media. Vimos el programa de Susana y ella respondió correctamente todas las respuestas del “Imbatible”; siempre fue una chica inteligentísima, en eso también salió al padre.
De vez en cuando, antes, nos reíamos, no pasaba muy seguido y tampoco era divertido, pero nos hacía sentir que estábamos ganándole unos minutos al rencor y mirá vos... ese, al final, se convirtió en nuestro dueño. Yo no sé qué fue lo que hice tan mal como madre, lo que sí sé es todo lo que no volvería a hacer: llevarlas y traerlas al colegio hasta el quinto año, prohibirles salir cuando el egoísmo se apoderaba de mí, gritarles tantas veces que por su culpa el padre se había ido de casa... Sé que ninguna de las dos me ha perdonado, no sé cómo, pero lo sé.
Ellas ya no son mis nenas ni yo su querida mamita.
A veces le pregunto a ésta, a la menor, cosas de su trabajo, pero me responde disparates: dice que le gusta estar conmigo y que no tengo que preocuparme porque ella no va a irse, no va a dejarme nunca. ¿Por qué dice eso?, ¿acaso no es imposible que los hijos dejen a los padres?. Después de todo uno les ha dado la vida y la educación. Nadie es perfecto. A veces también le pido perdón y acaricio su cabeza mientras duerme como cuando era chiquita. Con la mayor hablo menos, es cierto, pero es que ella me manda a dormir la siesta ni bien entra a la casa.
Tengo las uñas de los dedos gordos de los pies muy encarnadas y quiero pedirle que ésta noche, después de comer, me las arregle un poco. Lo necesito porque ya no puedo caminar más con los dedos así; me duelen tanto... Ella sigue fumando y su padre sigue sin dar señales de vida. Quién sabe, tal vez ya murió y soy viuda. Ahora que lo pienso creo que sí, que soy viuda... Entonces tengo miedo por ella, por mi nena, incluso más miedo que por mí. Ahora come un durazno con piel y siento el mismo asco que ella por mi solero. ¿Qué culpa tengo yo de no tener algo más lindo que ponerme de entre-casa?. Ella en cambio viste bien, en el trabajo le exigen y ella cumple con eso, es coqueta a su estilo, con su uniforme-delantal, en eso me hace acordar a mi mamá siempre pituca. ¿Por qué se reirá ahora?. Ella cree que no la veo pero el espejo del baño me la muestra casi enterita. Ha de estar acordándose de algo. ¡Cómo me gustaría saber de qué!. Se rasca la mejilla y se saca algo del ojo. Qué bella es mi hija, lo raro es que sea tan morena siendo que nosotros somos más bien rubiones. Ahora se agacha, levanta la vista y me ve. Bajo la cabeza y siento vergüenza. Creo que va a pegarme y entonces el miedo me mata la vergüenza. Me va a matar por andar espiándola. Perdoname, hija, le pido con los ojos, pero ya es tarde, ya la hice enloquecer. “Vos me volvés loca” me decía siempre la más chica, en cambio la otra, la mayor, me gritaba “Vos me hacés mal, mamá” aun más fuerte. Sé que va a pegarme, no sé cómo, pero lo sé, estoy segura. Se acerca la loca; me va a matar.
- Vamos a dormir señora Elsa que ya es muy tarde para usté.
- Pero si todavía no comimos, Celia querida...
- Soy Clara, señora, y acabamos de cenar.
Me arrastra hasta la cama como si tuviera ruedas en vez de pies. Qué sádica es; no parece hija mía.
Ya era tarde: ocho y media. Vimos el programa de Susana y ella respondió correctamente todas las respuestas del “Imbatible”; siempre fue una chica inteligentísima, en eso también salió al padre.
De vez en cuando, antes, nos reíamos, no pasaba muy seguido y tampoco era divertido, pero nos hacía sentir que estábamos ganándole unos minutos al rencor y mirá vos... ese, al final, se convirtió en nuestro dueño. Yo no sé qué fue lo que hice tan mal como madre, lo que sí sé es todo lo que no volvería a hacer: llevarlas y traerlas al colegio hasta el quinto año, prohibirles salir cuando el egoísmo se apoderaba de mí, gritarles tantas veces que por su culpa el padre se había ido de casa... Sé que ninguna de las dos me ha perdonado, no sé cómo, pero lo sé.
Ellas ya no son mis nenas ni yo su querida mamita.
A veces le pregunto a ésta, a la menor, cosas de su trabajo, pero me responde disparates: dice que le gusta estar conmigo y que no tengo que preocuparme porque ella no va a irse, no va a dejarme nunca. ¿Por qué dice eso?, ¿acaso no es imposible que los hijos dejen a los padres?. Después de todo uno les ha dado la vida y la educación. Nadie es perfecto. A veces también le pido perdón y acaricio su cabeza mientras duerme como cuando era chiquita. Con la mayor hablo menos, es cierto, pero es que ella me manda a dormir la siesta ni bien entra a la casa.
Tengo las uñas de los dedos gordos de los pies muy encarnadas y quiero pedirle que ésta noche, después de comer, me las arregle un poco. Lo necesito porque ya no puedo caminar más con los dedos así; me duelen tanto... Ella sigue fumando y su padre sigue sin dar señales de vida. Quién sabe, tal vez ya murió y soy viuda. Ahora que lo pienso creo que sí, que soy viuda... Entonces tengo miedo por ella, por mi nena, incluso más miedo que por mí. Ahora come un durazno con piel y siento el mismo asco que ella por mi solero. ¿Qué culpa tengo yo de no tener algo más lindo que ponerme de entre-casa?. Ella en cambio viste bien, en el trabajo le exigen y ella cumple con eso, es coqueta a su estilo, con su uniforme-delantal, en eso me hace acordar a mi mamá siempre pituca. ¿Por qué se reirá ahora?. Ella cree que no la veo pero el espejo del baño me la muestra casi enterita. Ha de estar acordándose de algo. ¡Cómo me gustaría saber de qué!. Se rasca la mejilla y se saca algo del ojo. Qué bella es mi hija, lo raro es que sea tan morena siendo que nosotros somos más bien rubiones. Ahora se agacha, levanta la vista y me ve. Bajo la cabeza y siento vergüenza. Creo que va a pegarme y entonces el miedo me mata la vergüenza. Me va a matar por andar espiándola. Perdoname, hija, le pido con los ojos, pero ya es tarde, ya la hice enloquecer. “Vos me volvés loca” me decía siempre la más chica, en cambio la otra, la mayor, me gritaba “Vos me hacés mal, mamá” aun más fuerte. Sé que va a pegarme, no sé cómo, pero lo sé, estoy segura. Se acerca la loca; me va a matar.
- Vamos a dormir señora Elsa que ya es muy tarde para usté.
- Pero si todavía no comimos, Celia querida...
- Soy Clara, señora, y acabamos de cenar.
Me arrastra hasta la cama como si tuviera ruedas en vez de pies. Qué sádica es; no parece hija mía.
Friday, July 20, 2007
Me pica el ojo izquierdo; ¿será el maquillaje mal quitado o simplemente una reacción natural que se manifiesta porque sí y que después se va a ir del mismo modo en el que vino?. Qué sé yo... Hoy es el día del amigo y quiero decir algunas cosas sobre mis amigos y por qué no, también, sobre sus ojos izquierdos que espero no les piquen como a mí. Me enteré de la muerte de Fontanarrosa, un ser tan admirado y querido por mí, una de esas personas lejanas que parecen cercanas, alguien a quien no conocí pero que igual me parece que sí, que lo conocí, y hasta me parece que alguna vez hablamos sobre la amistad, en ese bar donde él se juntaba con sus amigotes; lo que no recuerdo es si me tuve que disfrazar de hombre o no cuando fui... ¿De dónde nace esa sensación?, por un lado es evidente que se desprende de su obra, de lo que dejó, de lo que vengo admirando desde que soy chiquita, pero debe haber algo más. Hoy, cuando me enteré de su partida, tuve una sensación parecida a la que recuerdo me provocó la muerte de Olmedo. Los dos con el mismo apodo de “Negro”, un apodo que puede ser tan cariñoso... Uno te dice: “no sé, preguntale al Negro”, y entonces vos vas a mirar a tu alrededor y vas a ir preguntarle al indicado sin miedo a equivocarte. Porque quienes son llamados “Negros” suelen ser inconfundibles pero va más allá de las obviedades con respecto al tono de la piel. Hablo de que hay algo en ellos que es amigable, algo que en sus ojos se ve mucho más claramente que en el resto de sus partes visibles. Yo tengo una negra cerca, una muy linda, muy buena, bastante-bastante trastornada, que hace unos dibujos del carajo y que se viste de una forma tan moderna que no podrías creer. También es medio hippie en su estilo, y a la hora en la que todos nos tomamos un vino, ella por ahí se pide un té y te deja pensando en cosas raras, en cosas que se parecen a ella aunque después, en el fragor del pensamiento, te das cuenta que no hay nada del mundo real que se parezca demasiado a ella. Tal vez unas medias de pelo de llama pero ni siquiera. Aparte de ésta tengo otras amigas de las que me gustaría hablar. Una es linda y madrina nada menos que de mi hija. A esa la quiero tanto que a veces me da miedo, te juro. Es uno de esos amores tan grandes que te hacen sentir vulnerable, a veces pasional, no sé, es una suerte de hermandad mucho más fuerte que muchas de las que se establecen sin lugar a elecciones a partir de la sangre. Con ésta amiga desde hace unos años estamos cada día más unidas. Nos preocupamos exageradamente la una por la otra y nos hacemos pocas recriminaciones pero que siempre son contundentes. Algo parecido me pasa también con un varón, y ya que estamos digo que para mí esa eterna discusión sobre la amistad entre el hombre y la mujer es un absurdo cuento sin fin. Yo tengo un gran amigo varón, y cuando digo gran no me refiero – evidentemente – a su tamaño físico sino a la amistad que nos une. Si tuviera que manifestar la mejor de las cualidades en términos de amistad, sin dudar mencionaría esas charlas que mantenemos a la luz del sol en el jardín de casa, o que manteníamos echados sobre los sillones de mi añorado departamento céntrico allá lejos y hace tiempo. Dichas conversaciones pueden tratarse de cualquier tema que involucre sentimientos tanto lindos como feos, por enunciar al menos dos características básicas, pero lo que siempre tienen como significativo es que son intensas y en muchos casos, también, reveladoras. Por alguna mística razón con éste amigo describimos cosas personales a través del otro. Nos pasa a veces en simultáneo y a veces a cada uno en forma personal, pero lo más sorprendente, además del suceso en sí, es la frecuencia: nos pasa mucho, y muy seguido, y está buenísimo. Confío en él como en pocas personas. Dejo a su cuidado tanto mi casa como mi hija con los ojos abiertos pero sólo por darme el gusto de verlo ser dentro de mis afectos y mis lugares. Y pensando en amigos, y en Fontarrosa, y en el dolor de la muerte, del fin, de lo que se termina, lloro emocionada tomando cuenta de que tengo muchos y que éste texto es y será muy largo... Qué bueno, qué lindo. Podría ser un texto largo-largo como la discusión sobre la amistad entre el hombre y la mujer o más aún, como la del huevo y la gallina... Eso sí: que nadie me pida calidad literaria, eh... Hoy viene así, a lo loco... Por eso ahora voy a hablar de mis rubias... Ay ay ay esas tres rubias que me matan de amor... A una la conozco antes de que se convirtiera en rubia y en madre. Tiene unas tetas enormes que ahora dice que se achicarán un poco, pero que seguirán siendo enormes pase lo que pase. Con ésta rubia pueden pasar meses sin que nos veamos pero también sin que se genere ninguna fricción entre nosotras. Hemos transformado la añoranza en una característica más de nuestro vínculo a veces incomprensible tanto para los de afuera como para nosotras mismas. Pero nada nos importa, sólo nosotras sabemos eso que sólo nosotras sabemos, y si hay una cosa en la que coincidimos, es en que no nos interesa explicárselo a nadie. Ayer me llamó y me comunicó un suceso trascendental de la vida de su hija que me conmovió mucho, muchísimo, el cual me dejó pensando todo el día en que crecimos y crecemos juntas, a veces más, a veces menos, menos crecimiento o menos juntas, o al revés, pero estamos y nos sostenemos todo lo que nos podemos sostener. Después hay otra muy flaca que me pone la firma donde yo le pida, ¿podés creer?. Hace un tiempo le pedí que me firmara un acta como testigo del amor que tengo con mi amor, y ella fue y me lo firmó, porque ella me conoce tanto pero tanto que sabe bien cuando estoy enamorada y cuando no, cuando la necesito mucho y cuando no puedo ver a nadie, porque ella estuvo conmigo en casi todos los momentos cruciales, buenos, malos, lindos, feos, intensos, superficiales. Hace algunos años nos juntábamos a fumar plácidamente en uno de los Mc. Donalds de Belgrano y hoy, hacemos malabares sobre la cuerda floja de nuestra vida adulta para por lo menos encontrar un hueco temporal que nos permita hablar de ropa, hombres, libros, recuerdos, besos, intimidades, madres, amigas, vicios, problemas, soluciones, comidas, chanchadas, y sobre todo, sobre el amor. Tengo también otra rubia que a veces vive en Buenos Aires y que a veces no. Que a veces está enamorada y que a veces está enamorada pero no lo quiere decir. Que a veces es fría y que a veces se deja derretir y me muestra su lado más calentito que está buenísimo, lleno de almohadas y corpiños...
(Un pensamiento/duda al paso: creo que si yo fuera hombre me gustarían más las morochas que las rubias, pero como soy mujer, nunca lo voy a poder saber a ciencia cierta...)
Con todos ellos tengo una sólida historia de amistad, y con algunos otros tantos también... Una amiga nueva que me deja recomendarle libros y algunas técnicas de escritura, un grupo de primas sorprendente y fértil que me rodea en el nuevo mundo infantil dentro del que también transito a diario, otra amiguita que ahora se fue a Brasil con un novio de perfil contrario a todos sus contrariados novios anteriores, otra amiga de rulitos que trabaja donde alguna vez yo trabajé y me reclama que sea más ordenada y prolija con los horarios y los acuerdos, que sea más como es ella, y yo que no puedo, y ella que se ofende, y yo que vuelvo a llamarla y a darle las gracias, y ella que me vuelve a perdonar poniéndome en el casillero de su amiga más colgada o alguno de esa índole.
Allá lejos y hace tiempo, en una clase de catequesis, la profesora nos propuso detallar las cualidades de quien fuera nuestro mejor amigo para concluir, por supuesto, con la moraleja de que Jesús era en realidad nuestro mejor amigo porque reunía todas y cada una de esas cualidades, y más también. Y más, y más... Menciono éste ejercicio porque creo que sin querer queriendo lo acabo de repetir pero ésta vez dejando la religión de lado. Mis amigos son muy diferentes entre sí pero tienen en común muchas de las cualidades que se supone “debe” tener un amigo. Son buenos, confiables, cariñosos, desinteresados, nobles, generosos, divertidos y únicos. Son uno de mis cables a tierra más
Pará.
No puedo decir más nada.
Me acaba de llegar un mail con un dibujo que es indispensable que ponga junto a éste texto. El ojo ya no me pica, pero me pica el alma. Ésta alma tan llena de buenos amigos. Los quiero, los quiero mucho, mucho, mucho. Para mí son indispensables como lo es el dibujante para sus dibujos. Gracias por todo lo que ustedes y yo sabemos. Disfrutemos de la vida juntos y seamos lo más felices que podamos ser. Seamos agradecidos y vitales. Cuidémonos. Gracias de nuevo, y cuando puedan juntémonos para rascarnos mutuamente las almas que gracias a Dios nos duelen y nos alegran alternadamente todos los días, todo el tiempo, a cada paso.
Mucho amor Macarénico...
Wednesday, July 11, 2007
9 de Julio de 2007
9 de julio de 2007
Almorzaba en pijama unos bifes riquísimos con una ensalada de palta y tomate, y otra del tipo “criolla” (todo delicioso, sobre todo la compañía compuesta por mi amor y mi amorcito, Diego y Violeta respectivamente), cuando empezó a caer la “lluvia-nieve”. Enseguida me sentí ansiosa, expectante, contenta... Terminamos de comer – ésta vez un Mantecol – y minutos antes de irnos a hacer la siesta Diego me preguntó retóricamente si estaba esperando algo. Le contesté que sí advirtiendo que en sus ojos pasaba lo mismo que en los míos: sin hablar nos comunicábamos una espera, extraña, desconocida, nueva... De todos modos nos fuimos a acostar, pusimos una peli – de dibus, claro – y una vez más, gracias a Dios, fuimos testigos del sublime acto de ingreso de Violeta al sueño. Diego se quedó dormido y yo me quedé quieta, acostada, calentita, esperando y esperando... En eso, unas voces que subían desde la vereda, vecinos bulliciosos diciendo cosas que no llegaban a convertirse en palabras para mí. Relojeo la parte inferior derecha de la pantalla del televisor y leo que hay una sensación térmica de dos grados bajo cero y pienso que entonces “algo” sí o sí está pasando afuera, “algo” que provoca que la gente esté allí, en el frío, y encima diciendo cosas... Me levanto con apuro, me asomo a la ventana del balcón y veo - ¡con mis propios mismos ojos! – unos suaves copitos de nieve que sobrevuelan mi casa. Despierto a Diego y juntos nos disponemos a observar el milagro.
Nueve de julio, feriado.
En casa con mi familia.
Víspera de mi cumpleaños número treinta.
Nieve en Buenos Aires.
Disfruto de la imagen sintiendo el milagro por dentro y por fuera. La naturaleza una vez más me cuenta que es inesperada, fantástica, poderosa, grande, a veces fría, a veces blanca, incluso en mi barrio. Y nosotros, seres terrenales que siempre sacamos fotos, no teníamos pilas para la cámara. Y nosotros, seres descreídos que siempre filmamos todo, no teníamos cassette disponible. Entonces pensé que quizás la enseñanza era más grande de lo que podía entender en ese momento; que quizás, cuando los milagros se suceden, todo se convierte en señales, hasta el detalle más pequeño. Habrá que sacar las fotos con la mente, habrá que inmortalizar éste momento fijando las sensaciones en ese rincón que uno sólo sabe dónde está cuando lo necesita, pensé. Decidimos invitar al amor a participar de la fiesta y luego nos bañamos y nos pusimos ropa calentita. Guardé el pijama (por un ratito) y lloré, ¿qué otra cosa podía hacer?. Enamorada, feliz, milagrosa, linda, única, así me sentía...
Al caer la noche, el cielo y sus festejos invernales se hicieron más intensos. Ya despierta Violeta la asomamos a la ventana para que al menos sintiera nuestra emoción, la emoción de lo atípico, de lo insólito, de lo naturalmente hermoso. “Nieva, mamita”, me dijo dándome a entender, una vez más, que ella todo lo entiende, sobre todo lo sensitivo, lo mágico, lo que no requiere de explicaciones ni técnicas ni lógicas. Diego llamó a su familia y yo – algo envidiosa – le mandé un moderno mensaje de texto a mi hermano mayor; hubiera querido compartirlo también con el menor pero todavía no nos resulta posible comunicarnos desde una simpleza tan simple. Igualmente yo sabía – y sé – que los tres estábamos recordando los inviernos de nieve en Bariloche, las guerras de bolas y los muñecos redondos y feos que podíamos armar a la edad de uno, dos, tres, cuatro años... Y si bien la vida luego me dio la chance de ver más nieve, la compañía y mi locura de aquellos tiempos no me permitieron disfrutarla. Entonces tomé conciencia de que era la primera vez que, como adulta, podía disfrutar de la nieve plenamente, como cuando era una nenita que jugaba con sus hermanos en alguna vacación familiar y feliz.
El feriado permitió que la mayoría de la gente pudiera disfrutar de “El fenómeno climático”. Por fin un regalo de la naturaleza, por fin un hecho apolítico que nos llovió encima a los argentinos, por fin una sorpresa de la vida, por fin el país – vestido de blanco como las radiantes novias – se contentaba y lloraba a la vista de sus habitantes sin sentir vergüenza de que lo estuvieran mirando.
Después, cuando la euforia fue amainando, me puse a pensar en la gente que duerme en la calle y también en el planeta y sus problemas porque, lamentablemente, el romanticismo me dura menos que antes – es un hecho – pero por lo menos aún me aparece naturalmente en algunos momentos naturales de éste, mi humilde aunque intensísimo transcurso por la tierra.
Y gracias a que la nieve me pegó en la cara y a que vi mi jardín de toda la vida cubierto de blanco, pude sentir esas cosas que creo que ninguna palabra les puede hacer honor, y recordé eso de que “No pasa un día en el que no estemos al menos un instante en el paraíso”*, y volví a llorar, y a ponerme el pijama, y a meterme en la cama, sintiéndome absolutamente distinta a todos los días, pero muy (muy) feliz de seguir yo.
* J. L. Borges
Thursday, June 21, 2007
Wednesday, May 09, 2007
Teoría sobre una duda
Te regalo una duda aunque en el fondo te deseo que a vos se te convierta en otra cosa, quién sabe, uno nunca sabe... No sé si puedas llegar a moldear una certeza pero por lo menos podés – o podrías – transformarla en otra cosa; todos los cambios tienen algo de bueno.
Mirá si se hace casa, o se convierte en pecado, o en añoranza, o en día, o en un impreciso destello de luz que sale de algún lado... Qué sé yo, uno no puede saber en qué van a devenir sus dudas y menos si las regala pero entonces la pregunta sería ¿qué se hace con las dudas si uno decide quedárselas?. Mucho no se puede hacer, ni mucho ni bueno, ni tanto ni todo eso que no vamos a enumerar porque perderíamos el foco de atención que tiene que alumbrar a La Duda.
Yo por lo pronto te regalo ésta, la que acabo de elegir. Es extremadamente carente de onda y glamour; y me gustaría decirte que posee características híbridas y que no tiene a su alrededor ninguna respuesta que le ande pisando los pies, pero no puedo decirte todo eso. Lo que sí te digo es que tiene es una boca grande y unos dientes imperfectos que se mueven y suenan con cierto estilo quizás mecánico y quizás no. A veces es amante de los escondites como así también de los fideos con salsa muy roja o de las siestas que son una de las bases de felicidad de los hombres casados, muy a pesar de que ella es sola-sola.
Es que culturalmente no es sino una simple duda que tiene un principio pero que no tiene un final, porque si encontrara uno arribando así a ese puerto metafórico de explicaciones concisas, firmes y lineales que le dieran un marco y una onda y un estilo y una respuesta y un sinfín de cualidades, básicamente, “La Gran Duda” moriría. Y vamos a decir La Verdad: una duda muerta es un pésimo regalo.
Monday, April 16, 2007
Yo recuerdo una infancia,
algún primo
una mamá
dos hermanos.
No tengo tanta ni tan buena imaginación.
Tienen que haber sido ciertos,
la tele,
los almuerzos,
la salsa blanca,
la camisita de broderí blanca
hoy amarilla,
perdida, regalada.
No creo posible que ésta sea la única verdad
presa de la realidad
y del olvido
y de mí.
¡Presos!
No recuerdo tanto vacío.
Hoy todo se llena de esas risas,
y esos ojos,
y ellos dos.
Son hermosos hermosos hermosos
Pero antes hubo un antes
antes de mí
antes de otros. Antes de ellos dos.
Un atrás, un pasado,
días de encuentros.
Otro y el mismo jardín,
un nosotros hoy impensado hasta las lágrimas.
El mismo escenario la juega de amigo y de enemigo.
Ayuda, contiene, es testigo,
y late.
Pum pum pum.
Late.
Palpitaciones nuevas.
El abuelo que también se fue
y esa señora que se empecina en ayudarme.
Me niego a los largos diálogos que fomento y cultivo,
contengo y busco,
y en el medio de mí el hueco
imposible y profundo,
¿sabio?
¿ya eterno?
¿desmedido?.
Las dudas son parte,
ladrillos azules
y dieciocho escalones que pisé millones y millones de veces
para subir, bajar, correr, huir, y volver a entrar.
Arriba sólo un baño en pie.
Cinco dormitorios convertidos en cinco novedades.
Ocupar y vaciar al mismo tiempo.
Ser dueña y no serlo.
Dudar y ser feliz.
Darle a los míos lo que tengo:
una casa,
mi alma,
dinero,
cuidado,
integridad,
trabajo,
búsquedas,
tortas.
Y ésta noche de sábado la necesidad de silencio
convive y pelea con las ganas de decir.
¿Decir te quiero?
¿Decir los extraño?
¿Decir cuánto amo a los que amo?
Todo es mucho y no es todo. Nunca.
Por eso debo callar y lavarme los dientes,
acostarme sobre la gran cama de esposos
y cerrar los ojos ya menos halagados.
El humo se me acerca en nombre de la amistad
y el deseo de recibir flores y bendiciones
me atrapa más que nada los domingos.
Ya es domingo.
¿Qué más, qué menos, y cuánto soy yo?
Monday, April 09, 2007
Je veux que tout devienne petit
mon corps,
ma maturité,
mes douleurs,
l'idiote culpabilité,
le mal.
Je veux que tout se réduiseet
devienne quelque chose de manoeuvrable,
dan qelque chose que je puisse tenir dans une seule main
et rire.
Je veux quelque chose qui me fasse rire
c'est ça que je veux
- toi je veux -
Je veux que le soleil sorte la nuit
qu'il rende fou le temps
et alors le temps parte nous laissant la liberté tant attendue.
Je veux monter à une montagne sans effort
et une fois au somet je veux penser à toi
à mon amour
à notre amour
à l'amour tout petit qui est et qui sera la seule grandeur
la seule chose qui vaudra le coup quand le temps ait pasé.
Je veux que les gens s'endorment
tous sauf nous trois,
bien endormis.
Je veux arriver loin
plus loin qu'hier
plus loin que jamais.
Je veux que la culpabilité et le douleur ne me ratrappent plus
et que juste après t'avoir fait l'amour
le sommeil nous retrouve unis
et que nous nous réveillons quand la lune se glisse dans notre lit
et nous pince le dos pour nous faire rire
encore.
Rires partagés...
Je veux qu'un jour tout soit fantastique et bon,
je désire que mes désirs,
touts petits eux,
retrouven en fin toute la vie qu'on les doit
et que aprèsle temps, une fois de plus,
soit à nouveau notre ami.
Réconcilions nous
toujours.
Faissons l'amour
toujours.
Faissons de petites choses
ensemble
toujours.
mon corps,
ma maturité,
mes douleurs,
l'idiote culpabilité,
le mal.
Je veux que tout se réduiseet
devienne quelque chose de manoeuvrable,
dan qelque chose que je puisse tenir dans une seule main
et rire.
Je veux quelque chose qui me fasse rire
c'est ça que je veux
- toi je veux -
Je veux que le soleil sorte la nuit
qu'il rende fou le temps
et alors le temps parte nous laissant la liberté tant attendue.
Je veux monter à une montagne sans effort
et une fois au somet je veux penser à toi
à mon amour
à notre amour
à l'amour tout petit qui est et qui sera la seule grandeur
la seule chose qui vaudra le coup quand le temps ait pasé.
Je veux que les gens s'endorment
tous sauf nous trois,
bien endormis.
Je veux arriver loin
plus loin qu'hier
plus loin que jamais.
Je veux que la culpabilité et le douleur ne me ratrappent plus
et que juste après t'avoir fait l'amour
le sommeil nous retrouve unis
et que nous nous réveillons quand la lune se glisse dans notre lit
et nous pince le dos pour nous faire rire
encore.
Rires partagés...
Je veux qu'un jour tout soit fantastique et bon,
je désire que mes désirs,
touts petits eux,
retrouven en fin toute la vie qu'on les doit
et que aprèsle temps, une fois de plus,
soit à nouveau notre ami.
Réconcilions nous
toujours.
Faissons l'amour
toujours.
Faissons de petites choses
ensemble
toujours.
Wednesday, April 04, 2007
4 de abril de 2007 está soleado y compré unas palmeritas en la panadería de la esquina y bueno, eso...
Hace ya un largo tiempo me hicieron mi carta astral; experiencia recomendable si las hay, y una de las cosas que más llamaron mi atención fue un comentario de la señora astróloga con respecto a mi relación con “el tiempo”; lo que dijo fue: “Qué temita que tenés con el tiempo, eh...”; y al decirlo puso una carita que me encantaría tener el talento de describir pero no lo tengo, o al menos no en este instante.
Mi abuelo Pepe una vez me dijo que siendo él muy joven se dio cuenta de que el tiempo era su principal enemigo, por lo cual decidió aliársele aunque más no fuera en el campo de la rivalidad, para al menos tener la posibilidad de, en una de esas, quizás, tal vez, ganarle alguna que otra batalla. Pensando en mi abuelo y pensando en mí, llego a la conclusión de que a veces sí le ganamos, ya que a veces sí logramos doblarlo o desdoblarlo un poquito y así sentirnos satisfechos con nuestro logro evidentemente temporal. Pero lo trágico es que, en el fondo, en el lugar más hondo que podamos tener, todos bien sabemos que hayamos o no triunfado, él, el tiempo, es quien manda sin espacio a excepciones.
Tantas veces he intentado creerme la postura de “a mí las fechas no me importan” o “es lo mismo que te pase a buscar a las cuatro de la tarde que a las ocho de la noche”. Tantas veces... pero nunca puedo terminar de creérmelo más que nada porque soy básicamente pésima en el oficio de mentirme a mí misma, a Macarena “tiempo” Moraña, quien, dicho sea de paso, hoy quiere empezar a escribir un texto que explique que no está pudiendo escribir porque el tiempo repartido cada vez entre más cuestiones, personas y fechas no le alcanza, y no puede, aún teniendo el tiempo para hacerlo.
Es que hace unas horas Diego y yo nos casamos, nos fuimos de vacaciones, tomamos conciencia de lo queridos que somos y de lo mucho que queremos nosotros a mucha gente, y al ratito nomás nos peleamos y nos reconciliamos unas cuarenta y ocho veces mientras Violeta empezaba el jardín y los tres comíamos una riquísima tarta de choclo, queso, morrón rojo y cebolla, todo hervidito y sin nada de aceite salvo por la masa de la tarta que lleva apenas media tacita pero que me queda bárbara, tipo galletita salada. Y un rato más tarde yo misma con mis mismos y propios ojos vi entrar el año 2007 a mi casa quien me dijo que es cierto lo que dice mi amiga Marianita acerca de que él nunca empieza en enero sino en marzo lo cual a su vez coincide con mi teoría que afirma que los calendarios son una mentira necesaria... En fin.
El caso es que cuando mis clases dadas y tomadas arrancaron otra vez, y las lecturas y las canciones se empezaron a sentir relegadas y entonces hábilmente comenzaron a colarse entre los minutos y los segundos menos pensados y a veces inexistentes, yo también volví. Reaparecí. Retorné. Y acá toy.
Ya no sé si mi cuerpo quiere llevarme o traerme, o si mi nombre puede representar quién soy en este hoy tan transitado de emociones y sentimientos. Lo que sí sé es que sigo teniendo ganas de hacer cosas y de usar a “el tiempo” – siempre y cuando él me lo permita, claro – a mi conveniencia. Y hoy estoy segura que lo que más me conviene es desearles a todos los que quiero una pacífica semana santa, y una buena pascua con cantidad de roscas y huevos de chocolate, y ojalá, sin conejos de ningún tipo. Digo, porque a mí ni cuando era chiquita; ni cuando trabajaba en una multinacional; ni cuando me quedaba a dormir en lo de mi abuela Emilia; ni cuando vivía en Venezuela seis setenta segundos seis pasillo al fondo de todo; ni cuando era soltera; ni cuando me robaron la alianza; ni cuando empezaba a ir a bailar; ni cuando me explotaba el corazón de hormonas; ni cuando parí, me gustaron los conejos.
Y hoy tampoco me gustan, pero bueno, allá ellos...
Maca
Mi abuelo Pepe una vez me dijo que siendo él muy joven se dio cuenta de que el tiempo era su principal enemigo, por lo cual decidió aliársele aunque más no fuera en el campo de la rivalidad, para al menos tener la posibilidad de, en una de esas, quizás, tal vez, ganarle alguna que otra batalla. Pensando en mi abuelo y pensando en mí, llego a la conclusión de que a veces sí le ganamos, ya que a veces sí logramos doblarlo o desdoblarlo un poquito y así sentirnos satisfechos con nuestro logro evidentemente temporal. Pero lo trágico es que, en el fondo, en el lugar más hondo que podamos tener, todos bien sabemos que hayamos o no triunfado, él, el tiempo, es quien manda sin espacio a excepciones.
Tantas veces he intentado creerme la postura de “a mí las fechas no me importan” o “es lo mismo que te pase a buscar a las cuatro de la tarde que a las ocho de la noche”. Tantas veces... pero nunca puedo terminar de creérmelo más que nada porque soy básicamente pésima en el oficio de mentirme a mí misma, a Macarena “tiempo” Moraña, quien, dicho sea de paso, hoy quiere empezar a escribir un texto que explique que no está pudiendo escribir porque el tiempo repartido cada vez entre más cuestiones, personas y fechas no le alcanza, y no puede, aún teniendo el tiempo para hacerlo.
Es que hace unas horas Diego y yo nos casamos, nos fuimos de vacaciones, tomamos conciencia de lo queridos que somos y de lo mucho que queremos nosotros a mucha gente, y al ratito nomás nos peleamos y nos reconciliamos unas cuarenta y ocho veces mientras Violeta empezaba el jardín y los tres comíamos una riquísima tarta de choclo, queso, morrón rojo y cebolla, todo hervidito y sin nada de aceite salvo por la masa de la tarta que lleva apenas media tacita pero que me queda bárbara, tipo galletita salada. Y un rato más tarde yo misma con mis mismos y propios ojos vi entrar el año 2007 a mi casa quien me dijo que es cierto lo que dice mi amiga Marianita acerca de que él nunca empieza en enero sino en marzo lo cual a su vez coincide con mi teoría que afirma que los calendarios son una mentira necesaria... En fin.
El caso es que cuando mis clases dadas y tomadas arrancaron otra vez, y las lecturas y las canciones se empezaron a sentir relegadas y entonces hábilmente comenzaron a colarse entre los minutos y los segundos menos pensados y a veces inexistentes, yo también volví. Reaparecí. Retorné. Y acá toy.
Ya no sé si mi cuerpo quiere llevarme o traerme, o si mi nombre puede representar quién soy en este hoy tan transitado de emociones y sentimientos. Lo que sí sé es que sigo teniendo ganas de hacer cosas y de usar a “el tiempo” – siempre y cuando él me lo permita, claro – a mi conveniencia. Y hoy estoy segura que lo que más me conviene es desearles a todos los que quiero una pacífica semana santa, y una buena pascua con cantidad de roscas y huevos de chocolate, y ojalá, sin conejos de ningún tipo. Digo, porque a mí ni cuando era chiquita; ni cuando trabajaba en una multinacional; ni cuando me quedaba a dormir en lo de mi abuela Emilia; ni cuando vivía en Venezuela seis setenta segundos seis pasillo al fondo de todo; ni cuando era soltera; ni cuando me robaron la alianza; ni cuando empezaba a ir a bailar; ni cuando me explotaba el corazón de hormonas; ni cuando parí, me gustaron los conejos.
Y hoy tampoco me gustan, pero bueno, allá ellos...
Maca
Monday, March 26, 2007
Friday, January 26, 2007
La realidad es la ilusión de una mentira presente.
La lluvia se deposita en el suelo de la calle que pisamos a diario. Viene de lejos, como los parientes olvidados. Mis pies son los primeros invitados y desde ellos comienza un debate que invade por completo mi ser ya humedecido hasta cansar.
Alcanzo a ver la hoja en blanco de un verano cansado de acalorar, y entonces me despacho como un bulto en un aeropuerto bañándome una y otra vez, sin darle descanso al agua que quiero convertir en bendita con el poder de mi mirada azul y gris.
(Tal vez mañana entre algunos pedazos de pollo vos y yo nos volvamos a elegir mirándonos, bajo un sol que nos hará olvidar que hoy llovía y que alguna vez nos peleamos a los gritos. Es una suerte que las nuevas lluvias sean tan impredecibles como nuestro futuro amoroso).
Siempre escribo cuando llueve y nunca puedo dejar de usar las palabras “siempre” y “nunca”. Nunca jamás; siempre las uso. Y caigo en su juego como lo hacen éstas gotas que cuando era chica las monjas me hacían creer que eran las lágrimas de Dios que estaba enojado por mis malas acciones. Si esas monjas hoy volvieran a decirme lo mismo me reiría para luego poder llorar por fin sin culpa.
¿Qué les diría Dios a los niños si pudiera hablarles sobre la lluvia?. No me lo imagino dando definiciones exactas o que tengan que ver con la climatología. No. Es que en realidad ahora no puedo más que imaginarlo llorando, desgarrado, triste y débil como nunca y como siempre.
Así también lloro yo.
La lluvia se deposita en el suelo de la calle que pisamos a diario. Viene de lejos, como los parientes olvidados. Mis pies son los primeros invitados y desde ellos comienza un debate que invade por completo mi ser ya humedecido hasta cansar.
Alcanzo a ver la hoja en blanco de un verano cansado de acalorar, y entonces me despacho como un bulto en un aeropuerto bañándome una y otra vez, sin darle descanso al agua que quiero convertir en bendita con el poder de mi mirada azul y gris.
(Tal vez mañana entre algunos pedazos de pollo vos y yo nos volvamos a elegir mirándonos, bajo un sol que nos hará olvidar que hoy llovía y que alguna vez nos peleamos a los gritos. Es una suerte que las nuevas lluvias sean tan impredecibles como nuestro futuro amoroso).
Siempre escribo cuando llueve y nunca puedo dejar de usar las palabras “siempre” y “nunca”. Nunca jamás; siempre las uso. Y caigo en su juego como lo hacen éstas gotas que cuando era chica las monjas me hacían creer que eran las lágrimas de Dios que estaba enojado por mis malas acciones. Si esas monjas hoy volvieran a decirme lo mismo me reiría para luego poder llorar por fin sin culpa.
¿Qué les diría Dios a los niños si pudiera hablarles sobre la lluvia?. No me lo imagino dando definiciones exactas o que tengan que ver con la climatología. No. Es que en realidad ahora no puedo más que imaginarlo llorando, desgarrado, triste y débil como nunca y como siempre.
Así también lloro yo.
Wednesday, January 24, 2007
o lamur lamur laralara...
Ahora que nos vamos a casar pinta el amor como pinta la discordia, pero claro que lo primero más que lo segundo. La ecuación siempre tiene que darse así como también ambas cosas mencionadas deben existir. Y así es como este momento de la vida me lleva a compartir una poesía que le escribí a Diego que si bien es íntima y nuestra, también puede llegar a ser de lo más universal, ustedes dirán...
Quiero que todo se haga chiquito
mi cuerpo,
mi adultez,
mis dolores,
la tonta culpa,
el mal.
Quiero que todo se reduzca
y se convierta para mí en algo maniobrable,
en algo que pueda sostener con una sola mano
y me ría.
Quiero algo que me haga reír
eso quiero
- a vos te quiero –.
Quiero que el sol salga de noche
y vuelva loco al tiempo
y que entonces el tiempo se vaya dejándonos la libertad que ansiamos tener.
Quiero subir a una montaña y que no me cueste
y una vez en la cima pensar en vos
en mi amor
en nuestro amor
en el amor chiquito que es y será lo único grande
lo único que valdrá la pena cuando pase el tiempo.
Quiero que la gente se quede dormida
toda menos nosotros tres,
bien dormida.
Quiero que lleguemos lejos
más lejos que ayer
más lejos que nunca.
Quiero que la culpa y el dolor no me agarren más
y que después de hacerte el amor
nos unamos al sueño y no nos despertemos
hasta que la luna se nos meta en la cama
y nos pinche la espalda provocándonos más risas.
Risas compartidas...
Quiero que UN día todo sea fantástico y bueno,
deseo que mis deseos, pequeños ellos,
por fin cobren la vida que se les debe
y que después, una vez más el tiempo,
vuelva a ser nuestro amigo.
Hagamos las pases
siempre.
Hagamos el amor
siempre.
Hagamos cosas chiquitas
juntos,
siempre.
Quiero que todo se haga chiquito
mi cuerpo,
mi adultez,
mis dolores,
la tonta culpa,
el mal.
Quiero que todo se reduzca
y se convierta para mí en algo maniobrable,
en algo que pueda sostener con una sola mano
y me ría.
Quiero algo que me haga reír
eso quiero
- a vos te quiero –.
Quiero que el sol salga de noche
y vuelva loco al tiempo
y que entonces el tiempo se vaya dejándonos la libertad que ansiamos tener.
Quiero subir a una montaña y que no me cueste
y una vez en la cima pensar en vos
en mi amor
en nuestro amor
en el amor chiquito que es y será lo único grande
lo único que valdrá la pena cuando pase el tiempo.
Quiero que la gente se quede dormida
toda menos nosotros tres,
bien dormida.
Quiero que lleguemos lejos
más lejos que ayer
más lejos que nunca.
Quiero que la culpa y el dolor no me agarren más
y que después de hacerte el amor
nos unamos al sueño y no nos despertemos
hasta que la luna se nos meta en la cama
y nos pinche la espalda provocándonos más risas.
Risas compartidas...
Quiero que UN día todo sea fantástico y bueno,
deseo que mis deseos, pequeños ellos,
por fin cobren la vida que se les debe
y que después, una vez más el tiempo,
vuelva a ser nuestro amigo.
Hagamos las pases
siempre.
Hagamos el amor
siempre.
Hagamos cosas chiquitas
juntos,
siempre.
Wednesday, January 10, 2007
retro texto
Los versos de Juli – alias Lucía – me mueven a un par de recuerdos y tal vez algunas reflexiones...
¿Viste que odiosa es la gente que dice conocer o haber conocido a un FAMOSO, haber sido amigo cuando apenas lo vio caminar por alguna calle, o cruzó dos o tres palabras o simplemente supo por voces extrañas que vivía en su barrio?. Bueno, yo soy de esos. Yo a Juli, divina ella, la conocí en sus inicios. Salía con casi todos los RRPP de los boliches de zona norte, de mi zona, de la zona de mi grupo de amigas LAS CHI-CHÍS, con quienes salíamos a embriagarnos y hacer dedo por Avenida Libertador como los actos inconscientes más consientes que podíamos tener a la escasa edad de 16, 17, y un poco más también.
Juli o su hermana habían tenido un affaire con mi hermano mayor, lo cual me provocaba unos celos fatales. Sumado a eso una de ellas – entiéndase: eran muy parecidas y caminaban juntas, idénticamente, y con pasos tan escalofriantes como los de las mellicitas de El Resplandor pero siendo rubias, y altas, y lindas – sedujo a un muchacho que le gustaba a una amigareamigaparasiempremía. Desde ya dos motivos harto suficientes como para odiarlas y alguna vez haberlas insultado frente a El Rasta, aquel barzucho que duró lo suficiente como para bebernos todo el alcohol que nos entraba en el cuerpo y besar a todos los desconocidos o apenas conocidos que nos aportaban un punto en nuestro infalible campeonato llamado “Flash Point”. Dicho campeonato consistía en “tranzar” con la mayor cantidad de chicos posibles en la menor cantidad de tiempo posible, una atorrantería que nos divertía tanto pero tanto que trascendía su objetivo putanil para convertirse en una especie de código que únicamente a esa edad uno puede tener con sus resúperamigos. A él se le sumaba un lenguaje único e íntimo que nos permitía detallar cualquier encuentro con un espécimen del sexo opuesto delante de quien fuera – padres incluidos – con todos los detalles que requiriera el caso, ya que contábamos con frases o palabras que lo decían todo sin que se notara nada. Era maravilloso... Esos años lo eran. Hoy no se puede hacer dedo pero por suerte coincide con que las ganas de besar y toquetearse con los muchachos del barrio han disminuido notablemente, al nivel de habernos llevado a casarnos con un sólo hombre trabajador y responsable, y/o haber tenido hijos preciosos, y/o haber vivido ya una, dos o tres veces en pareja, y/o estar buscando un candidato estable para pasar los años que van de los treinta a los cincuenta por lo menos...
Me encanta recordar aquellos tiempos, lo que significaba Keibhys – nunca lo supe escribir – el boliche del barrio al que podíamos ir solas si queríamos porque siempre nos encontrábamos a alguien amigo, a alguien con quien bailar arriba o abajo de los parlantes. ¡Cómo nos gustaba mostrar los mini shorts y las letales bucaneras!, ¡cómo nos encantaba provocar a la monada!. Éramos un grupo de chicas muy lindas y lo seguimos siendo sólo que esos turros de los años bien sabemos que no pasan en vano y ahora nos hacen invertir el dinero que gastábamos en las entradas de los boliches y en las barras de los mismos, en cremas preventivas para las arrugas y/o en casos excepcionales tangas un poco más grandes de las que nos atrevíamos a usar antaño.
El peso del transcurso y la velocidad del tiempo nos pega distinto siempre, depende del humor que tengamos ese día, de las últimas vivencias, y de tantas otras cosas. Pero hoy, a pesar de la lluvia y gracias a Juli (perdón, Lucía, mi reamichi del pasado) a mí me pega re-bien.
Éste año cumpliré treinta, “un lindo número”, “una hermosa edad”, “un gran momento de la vida”, “hay que jugarle al derecho y al revés”, etc. Y me encanta cumplirlos así como me provoca sentimientos extraños, encontrados y desencontrados, lindos y melancólicos, felices y orgullosos.
A veces fantaseo con volver el tiempo atrás y vivir una noche como las que vivíamos por aquellos tiempos, pero con los sentimientos que teníamos, con la cabeza que teníamos, con la calentura y las ganas de tragarnos el mundo de un sólo bocado pero muy sabroso y lleno de gancia y/o vino malísimo. Quisiera hacerme un buche con todos esos recuerdos y excesos llamar a mi espíritu adolescente y pedirle me conceda aunque más no sean una o dos horas de pegoteo con mis amigas con quienes además de comer ñoquis y Bonobones compulsivamente, y medir nuestra capacidad para con el tekila, nos besábamos para ver “cómo tranzaba la otra” y darle consejos. Dios mío... Cuánto menos pudor y prejuicios tiene uno en la ignorancia de la juventú primera... En fin... El tema, al igual que el de los Sugus, dá para mucho y sé que volveré a la carga con él, pero ahora debo terminar para ponerme en órbita con mis responsabilidades de adulta.
Y si les parece bien termino con un parrafito de la novela que estoy escribiendo: se llama “Mis 15” y cuenta la historia de varias familias y de dos niñas que están a punto de cumplir esa maravillosa edad...
Saludos,
Maqui, una ex adolescente en crisis y a mucha honra
“Sin dudas las nuevas sensaciones físicas son las invitadas de honor. Por las mañanas, al levantarse, siente unos mareos leves que se le van ni bien desayuna, y lo mismo le pasa cuando se para de golpe o camina ligero. Regina le explicó que las hormonas son las responsables de esas y de otras tantas cuestiones, muchas de ellas relacionadas con el amor. Y Micaela sabe de lo que su mamá le habla aunque nunca le pongan las palabras exactas ni puedan hacerlo más que nada porque con la mamá hay cosas de las que no se puede o “no se debe” hablar. Como por ejemplo, de que cada vez que se besa con Matías se le moja la bombacha o se le pone la cara muy colorada, al rojo vivo; o que los pezones se le endurecen hasta dolerle; o que a veces – casi siempre – desea que las caricias vayan más lejos, más adentro, más y más. Y si no se lo dice a Regina no es por vergüenza sino por otro sentimiento que sólo se siente con las mamás, porque por sentir “esas cosas”, Micaela no siente ninguna vergüenza, y la prueba está en que algunas hasta se las contó a Matías, naturalmente, como quien cuenta una novedad sorprendente de cualquier índole. Pero Matías, claro, no pudo recibir del mismo modo el relato de Quela que lo dejó callado, pensativo, y sintiendo unas ganas tremendas de tirarse encima de ella, del cuerpo de Micaela, para abrazarlo y acariciarlo hasta provocarle más calor que el mismísimo sol. Pero como siempre se acobardó y lo único que pudo hacer fue ir en busca de dos botellitas de Coca Cola que abrió con torpeza en un movimiento rápido”.
¿Viste que odiosa es la gente que dice conocer o haber conocido a un FAMOSO, haber sido amigo cuando apenas lo vio caminar por alguna calle, o cruzó dos o tres palabras o simplemente supo por voces extrañas que vivía en su barrio?. Bueno, yo soy de esos. Yo a Juli, divina ella, la conocí en sus inicios. Salía con casi todos los RRPP de los boliches de zona norte, de mi zona, de la zona de mi grupo de amigas LAS CHI-CHÍS, con quienes salíamos a embriagarnos y hacer dedo por Avenida Libertador como los actos inconscientes más consientes que podíamos tener a la escasa edad de 16, 17, y un poco más también.
Juli o su hermana habían tenido un affaire con mi hermano mayor, lo cual me provocaba unos celos fatales. Sumado a eso una de ellas – entiéndase: eran muy parecidas y caminaban juntas, idénticamente, y con pasos tan escalofriantes como los de las mellicitas de El Resplandor pero siendo rubias, y altas, y lindas – sedujo a un muchacho que le gustaba a una amigareamigaparasiempremía. Desde ya dos motivos harto suficientes como para odiarlas y alguna vez haberlas insultado frente a El Rasta, aquel barzucho que duró lo suficiente como para bebernos todo el alcohol que nos entraba en el cuerpo y besar a todos los desconocidos o apenas conocidos que nos aportaban un punto en nuestro infalible campeonato llamado “Flash Point”. Dicho campeonato consistía en “tranzar” con la mayor cantidad de chicos posibles en la menor cantidad de tiempo posible, una atorrantería que nos divertía tanto pero tanto que trascendía su objetivo putanil para convertirse en una especie de código que únicamente a esa edad uno puede tener con sus resúperamigos. A él se le sumaba un lenguaje único e íntimo que nos permitía detallar cualquier encuentro con un espécimen del sexo opuesto delante de quien fuera – padres incluidos – con todos los detalles que requiriera el caso, ya que contábamos con frases o palabras que lo decían todo sin que se notara nada. Era maravilloso... Esos años lo eran. Hoy no se puede hacer dedo pero por suerte coincide con que las ganas de besar y toquetearse con los muchachos del barrio han disminuido notablemente, al nivel de habernos llevado a casarnos con un sólo hombre trabajador y responsable, y/o haber tenido hijos preciosos, y/o haber vivido ya una, dos o tres veces en pareja, y/o estar buscando un candidato estable para pasar los años que van de los treinta a los cincuenta por lo menos...
Me encanta recordar aquellos tiempos, lo que significaba Keibhys – nunca lo supe escribir – el boliche del barrio al que podíamos ir solas si queríamos porque siempre nos encontrábamos a alguien amigo, a alguien con quien bailar arriba o abajo de los parlantes. ¡Cómo nos gustaba mostrar los mini shorts y las letales bucaneras!, ¡cómo nos encantaba provocar a la monada!. Éramos un grupo de chicas muy lindas y lo seguimos siendo sólo que esos turros de los años bien sabemos que no pasan en vano y ahora nos hacen invertir el dinero que gastábamos en las entradas de los boliches y en las barras de los mismos, en cremas preventivas para las arrugas y/o en casos excepcionales tangas un poco más grandes de las que nos atrevíamos a usar antaño.
El peso del transcurso y la velocidad del tiempo nos pega distinto siempre, depende del humor que tengamos ese día, de las últimas vivencias, y de tantas otras cosas. Pero hoy, a pesar de la lluvia y gracias a Juli (perdón, Lucía, mi reamichi del pasado) a mí me pega re-bien.
Éste año cumpliré treinta, “un lindo número”, “una hermosa edad”, “un gran momento de la vida”, “hay que jugarle al derecho y al revés”, etc. Y me encanta cumplirlos así como me provoca sentimientos extraños, encontrados y desencontrados, lindos y melancólicos, felices y orgullosos.
A veces fantaseo con volver el tiempo atrás y vivir una noche como las que vivíamos por aquellos tiempos, pero con los sentimientos que teníamos, con la cabeza que teníamos, con la calentura y las ganas de tragarnos el mundo de un sólo bocado pero muy sabroso y lleno de gancia y/o vino malísimo. Quisiera hacerme un buche con todos esos recuerdos y excesos llamar a mi espíritu adolescente y pedirle me conceda aunque más no sean una o dos horas de pegoteo con mis amigas con quienes además de comer ñoquis y Bonobones compulsivamente, y medir nuestra capacidad para con el tekila, nos besábamos para ver “cómo tranzaba la otra” y darle consejos. Dios mío... Cuánto menos pudor y prejuicios tiene uno en la ignorancia de la juventú primera... En fin... El tema, al igual que el de los Sugus, dá para mucho y sé que volveré a la carga con él, pero ahora debo terminar para ponerme en órbita con mis responsabilidades de adulta.
Y si les parece bien termino con un parrafito de la novela que estoy escribiendo: se llama “Mis 15” y cuenta la historia de varias familias y de dos niñas que están a punto de cumplir esa maravillosa edad...
Saludos,
Maqui, una ex adolescente en crisis y a mucha honra
“Sin dudas las nuevas sensaciones físicas son las invitadas de honor. Por las mañanas, al levantarse, siente unos mareos leves que se le van ni bien desayuna, y lo mismo le pasa cuando se para de golpe o camina ligero. Regina le explicó que las hormonas son las responsables de esas y de otras tantas cuestiones, muchas de ellas relacionadas con el amor. Y Micaela sabe de lo que su mamá le habla aunque nunca le pongan las palabras exactas ni puedan hacerlo más que nada porque con la mamá hay cosas de las que no se puede o “no se debe” hablar. Como por ejemplo, de que cada vez que se besa con Matías se le moja la bombacha o se le pone la cara muy colorada, al rojo vivo; o que los pezones se le endurecen hasta dolerle; o que a veces – casi siempre – desea que las caricias vayan más lejos, más adentro, más y más. Y si no se lo dice a Regina no es por vergüenza sino por otro sentimiento que sólo se siente con las mamás, porque por sentir “esas cosas”, Micaela no siente ninguna vergüenza, y la prueba está en que algunas hasta se las contó a Matías, naturalmente, como quien cuenta una novedad sorprendente de cualquier índole. Pero Matías, claro, no pudo recibir del mismo modo el relato de Quela que lo dejó callado, pensativo, y sintiendo unas ganas tremendas de tirarse encima de ella, del cuerpo de Micaela, para abrazarlo y acariciarlo hasta provocarle más calor que el mismísimo sol. Pero como siempre se acobardó y lo único que pudo hacer fue ir en busca de dos botellitas de Coca Cola que abrió con torpeza en un movimiento rápido”.
Tuesday, January 09, 2007
No sé si ponerme contenta porque sin querer inauguré un debate tempo-generacional, o si largarme a llorar largamente porque mi felicidad y/o infelicidad son para quienes me rodean mucho menos importantes que los caramelos sugus de cualquier sabor.
Tampoco sé si quiero mucho o aborrezco en demasía a quienes me rodean por meterse así, arbitrariamente en MI BLOGGGGG para decir "cosas" de cualquier índole. Del sugus de menta a la malicia de los mendocinos hay por lo menos medio caramelo de distancia, o debería haberlo pero bué... La gente sasí, ¿vistessss?. Creo que me gusta esto igual...
De todos modos el privilegio de la duda es siempre un privilegio, como el de pertenecer y si bien no tengo American Express sí tengo un maridito precioso que hoy cumple sus primeros y flamantes 40 años. Eso me gusta, digo, el número (él también pero eso es algo íntimo, no se metan), porque me hace sentir una pendeja y porque a él lo veo como a un hombre "armado", y algunos otros calificativos que usan las señoras mayores a las que les llevo una lindísima ventaja. Apenas 29 años y toda esta sabiduría... Mi Dios, creo que entonces la suerte está de mi lado, che...
Saludos color verde!
(menta, claro!)
Tampoco sé si quiero mucho o aborrezco en demasía a quienes me rodean por meterse así, arbitrariamente en MI BLOGGGGG para decir "cosas" de cualquier índole. Del sugus de menta a la malicia de los mendocinos hay por lo menos medio caramelo de distancia, o debería haberlo pero bué... La gente sasí, ¿vistessss?. Creo que me gusta esto igual...
De todos modos el privilegio de la duda es siempre un privilegio, como el de pertenecer y si bien no tengo American Express sí tengo un maridito precioso que hoy cumple sus primeros y flamantes 40 años. Eso me gusta, digo, el número (él también pero eso es algo íntimo, no se metan), porque me hace sentir una pendeja y porque a él lo veo como a un hombre "armado", y algunos otros calificativos que usan las señoras mayores a las que les llevo una lindísima ventaja. Apenas 29 años y toda esta sabiduría... Mi Dios, creo que entonces la suerte está de mi lado, che...
Saludos color verde!
(menta, claro!)
Saturday, January 06, 2007
Cuando uno dice "sugus verde" dice "sugus de menta", el verde clarito no le llega ni a los talones y eso es una de las verdades más ACSOLUTAS que existen.
Feliz año nuevo a todos y especialmente a mi amigo recuperado "Nippur".
Maca
P.D.: Y cuando se habla de Corazoncitos Dorins se habla de los de mandarina, claro está.
Friday, January 05, 2007
La infelicidad hoy
(Jueves 4 de Enero de 2007)
Me siento infeliz. Pero no se trata de la infelicidad de siempre, de la conocida, de esa angustia que tantas veces ha estado en mí, metida en mi cuerpo y en mi corazón con la misma agilidad que la sangre. No. Hoy se trata de un nuevo tipo de infelicidad que, por nuevo, me genera cierto entusiasmo a pesar de su carga maldita y dolorosa que me lleva, justamente, a sentirla: La Infelicidad, con mayúsculas.
Hoy mi infelicidad – quizás vestida de rosa pálido – no parece tener como objetivo abolir mi seguridad o distraer mis emociones amorosas. No. Hoy mi infelicidad pareciera querer hacer algo más íntimo conmigo. Me quiere, sí, claro, pero me quiere toda para ella, y es por eso que a cada paso la tengo que escuchar susurrándome asuntos del tipo de “él está mal”, “a él no se lo ve bien”, “vos a él no lo hacés feliz”. Y es entonces cuando corro hacia el espejo y me miro pensando “soy linda”. Y sí, lo soy. Así que con eso tengo para empezar y del después me pienso ocupar después. Pero claro, la infelicidad es menos amiga del tiempo que yo por lo cual la corrida hacia el espejo es la única velocidad a la que puedo someterme. Más rápido no puedo avanzar y con mayor lentitud todo se echaría a perder en un abrir y cerrar de ojos. Me resta correr: corro, piso fuerte, soy veloz, y linda, pero eso ya lo dije. Mis pies se pisan en el fragor de la avanzada, llego a un destino que tiene cara de dormitorio compartido y me arrojo sobre la cama con deseos de ser absorbida. Ojalá pudiera convertirme en sábana, en almohada, y ser para él el refugio del descanso. Recién allí dejaría de comprarle regalos y hacerle tartas, y escribirle, e intentaría métodos ante todo más plácidos para hacerlo un hombre feliz. Porque mi infelicidad hoy nace de él, o más bien, de la suya, de la que siento que siente a mi lado últimamente. De un salto salgo de la cama y vuelvo a los pasos veloces de la corrida diaria y es ahí cuando me doy cuenta de que quiero escapar o algo parecido. Llego agitada a la puerta de calle y con las llaves en la mano derecha inundo la recepción del hogar donde vivo con mi familia. Lloro. Las lágrimas ofician de puente, son las únicas que pueden ayudarme a salir de la maldita infelicidad que me ha invadido toda, de principio a fin, y también a lo largo de toda ésta jornada pegajosa de verano y mosquitos. Lloro haciendo del llanto mi bendición, la escuela en la que pienso aprender, la iglesia en la que no me dolerán las rodillas al rezar. Abro la puerta: huelo. La calle en este instante tiene más sonidos que aromas, pero esos sonidos tienen olor. Cierro velozmente la puerta y me siento en el piso. Siento el frío de la madera que sube por mi espalda hasta mi cuello y me tira de los pelos. Aunque tenga que quedarme pelada juro que no voy a moverme de este lugar. Es mío como nunca nada lo fue tanto. Y desde acá, desde el piso que me sostiene la testarudez por fin la veo a ella huir de mí. Sale de mi boca para deslizarse como la sombra al paso de los hombres soleados, o el agua que me chorrea del pelo al terminar de bañarme. Sí, se va, se está yendo, y es ella más que nunca cuando se va. Le doy las gracias y me seco la cara con las lágrimas húmedas que ya no me pertenecen, que ahora son del mundo, y que me veneran por haberlas hecho nacer.
Lo bueno de la infelicidad es que a veces, además de nueva, es breve y fluida y por eso ya se fue, y por eso él ahora va a llegar con la cara que usa cuando ya se le pasó.
Me paro.
La felicidad hoy
(Viernes 5 de Enero de 2007)
La infelicidad de ayer se esfumó, por suerte. Leo mucho desde que la sentí para poder quitármela y la lectura efectivamente me ha dado resultado y hoy puedo decir que me siento feliz. Cuando leo siento cosas que tranquilamente podrían ser producto de la consumición de alguna droga: alucino, me río, tengo imágenes psicodélicas y hasta me tropiezo al caminar. O podría decir que el estado en el que me deja la lectura es muy similar al que provoca la ingesta de alcohol en exceso porque en realidad no conozco muchas drogas así que prefiero compararlo con las que están socialmente más aceptadas más que nada para no herir susceptibilidades. Yo soy una mujer socialmente aceptada a pesar de no haberme casado y haber tenido una hija y desde hace poco mucho más porque saqué el registro y puedo conducir libremente por las calles tanto de mi barrio como por las de otros barrios que todavía no conozco. No conozco muchos lugares pero soy feliz igual ya que con mi ignorancia a cuestas he podido ir a lugares que quizás muchos tampoco conozcan y así y todo sean felices como lo soy yo. O más. O menos. Al fin y al cabo ¿qué me importa?.
Ya no tengo más tiempo, el sugus verde que me comí recién era mi límite. La bebé que me ha elegido como madre despertará en breves instantes mientras que su padre, a quien le toqué como señora esposa sin papeles que lo avalen, acaba de ingresar al hogar con leves heridas del mundo social sobre su cuerpecito pequeño y débil. La fiebre y el malestar son sus cobardes defensas para con la hostilidad que día a día, minuto a minuto, nos apuñala subliminalmente como los mensajes satánicos de las canciones de Xu Xu Xu, Xa Xa Xa. Pero lo bueno es que mi felicidad hoy es verde como el envoltorio del sugus y que la infelicidad de ayer ya no tiene ni peso especifico ni forma anatómica ni deseos de aparecer a lo largo de todo el fin de semana lo cual hace que Yo disponga de 72 hs – aseguradas – para disfrutar de la vida. El destino y sus trampas no son lo que eran ayer así que no les temo. Hoy no le tengo miedo a nada y sé fehacientemente que esa es una de las formas de la felicidad que en este momento pregono. Me encanta la palabra “pregono” y me gustaría cerrar con ella pero no es posible porque es una palabra abierta y que además ya utilicé y el miedo a la repetición bien se sabe cómo acompleja al artista así que... ¡felicidad!. (Esa igual es linda ¿no?).
(Jueves 4 de Enero de 2007)
Me siento infeliz. Pero no se trata de la infelicidad de siempre, de la conocida, de esa angustia que tantas veces ha estado en mí, metida en mi cuerpo y en mi corazón con la misma agilidad que la sangre. No. Hoy se trata de un nuevo tipo de infelicidad que, por nuevo, me genera cierto entusiasmo a pesar de su carga maldita y dolorosa que me lleva, justamente, a sentirla: La Infelicidad, con mayúsculas.
Hoy mi infelicidad – quizás vestida de rosa pálido – no parece tener como objetivo abolir mi seguridad o distraer mis emociones amorosas. No. Hoy mi infelicidad pareciera querer hacer algo más íntimo conmigo. Me quiere, sí, claro, pero me quiere toda para ella, y es por eso que a cada paso la tengo que escuchar susurrándome asuntos del tipo de “él está mal”, “a él no se lo ve bien”, “vos a él no lo hacés feliz”. Y es entonces cuando corro hacia el espejo y me miro pensando “soy linda”. Y sí, lo soy. Así que con eso tengo para empezar y del después me pienso ocupar después. Pero claro, la infelicidad es menos amiga del tiempo que yo por lo cual la corrida hacia el espejo es la única velocidad a la que puedo someterme. Más rápido no puedo avanzar y con mayor lentitud todo se echaría a perder en un abrir y cerrar de ojos. Me resta correr: corro, piso fuerte, soy veloz, y linda, pero eso ya lo dije. Mis pies se pisan en el fragor de la avanzada, llego a un destino que tiene cara de dormitorio compartido y me arrojo sobre la cama con deseos de ser absorbida. Ojalá pudiera convertirme en sábana, en almohada, y ser para él el refugio del descanso. Recién allí dejaría de comprarle regalos y hacerle tartas, y escribirle, e intentaría métodos ante todo más plácidos para hacerlo un hombre feliz. Porque mi infelicidad hoy nace de él, o más bien, de la suya, de la que siento que siente a mi lado últimamente. De un salto salgo de la cama y vuelvo a los pasos veloces de la corrida diaria y es ahí cuando me doy cuenta de que quiero escapar o algo parecido. Llego agitada a la puerta de calle y con las llaves en la mano derecha inundo la recepción del hogar donde vivo con mi familia. Lloro. Las lágrimas ofician de puente, son las únicas que pueden ayudarme a salir de la maldita infelicidad que me ha invadido toda, de principio a fin, y también a lo largo de toda ésta jornada pegajosa de verano y mosquitos. Lloro haciendo del llanto mi bendición, la escuela en la que pienso aprender, la iglesia en la que no me dolerán las rodillas al rezar. Abro la puerta: huelo. La calle en este instante tiene más sonidos que aromas, pero esos sonidos tienen olor. Cierro velozmente la puerta y me siento en el piso. Siento el frío de la madera que sube por mi espalda hasta mi cuello y me tira de los pelos. Aunque tenga que quedarme pelada juro que no voy a moverme de este lugar. Es mío como nunca nada lo fue tanto. Y desde acá, desde el piso que me sostiene la testarudez por fin la veo a ella huir de mí. Sale de mi boca para deslizarse como la sombra al paso de los hombres soleados, o el agua que me chorrea del pelo al terminar de bañarme. Sí, se va, se está yendo, y es ella más que nunca cuando se va. Le doy las gracias y me seco la cara con las lágrimas húmedas que ya no me pertenecen, que ahora son del mundo, y que me veneran por haberlas hecho nacer.
Lo bueno de la infelicidad es que a veces, además de nueva, es breve y fluida y por eso ya se fue, y por eso él ahora va a llegar con la cara que usa cuando ya se le pasó.
Me paro.
La felicidad hoy
(Viernes 5 de Enero de 2007)
La infelicidad de ayer se esfumó, por suerte. Leo mucho desde que la sentí para poder quitármela y la lectura efectivamente me ha dado resultado y hoy puedo decir que me siento feliz. Cuando leo siento cosas que tranquilamente podrían ser producto de la consumición de alguna droga: alucino, me río, tengo imágenes psicodélicas y hasta me tropiezo al caminar. O podría decir que el estado en el que me deja la lectura es muy similar al que provoca la ingesta de alcohol en exceso porque en realidad no conozco muchas drogas así que prefiero compararlo con las que están socialmente más aceptadas más que nada para no herir susceptibilidades. Yo soy una mujer socialmente aceptada a pesar de no haberme casado y haber tenido una hija y desde hace poco mucho más porque saqué el registro y puedo conducir libremente por las calles tanto de mi barrio como por las de otros barrios que todavía no conozco. No conozco muchos lugares pero soy feliz igual ya que con mi ignorancia a cuestas he podido ir a lugares que quizás muchos tampoco conozcan y así y todo sean felices como lo soy yo. O más. O menos. Al fin y al cabo ¿qué me importa?.
Ya no tengo más tiempo, el sugus verde que me comí recién era mi límite. La bebé que me ha elegido como madre despertará en breves instantes mientras que su padre, a quien le toqué como señora esposa sin papeles que lo avalen, acaba de ingresar al hogar con leves heridas del mundo social sobre su cuerpecito pequeño y débil. La fiebre y el malestar son sus cobardes defensas para con la hostilidad que día a día, minuto a minuto, nos apuñala subliminalmente como los mensajes satánicos de las canciones de Xu Xu Xu, Xa Xa Xa. Pero lo bueno es que mi felicidad hoy es verde como el envoltorio del sugus y que la infelicidad de ayer ya no tiene ni peso especifico ni forma anatómica ni deseos de aparecer a lo largo de todo el fin de semana lo cual hace que Yo disponga de 72 hs – aseguradas – para disfrutar de la vida. El destino y sus trampas no son lo que eran ayer así que no les temo. Hoy no le tengo miedo a nada y sé fehacientemente que esa es una de las formas de la felicidad que en este momento pregono. Me encanta la palabra “pregono” y me gustaría cerrar con ella pero no es posible porque es una palabra abierta y que además ya utilicé y el miedo a la repetición bien se sabe cómo acompleja al artista así que... ¡felicidad!. (Esa igual es linda ¿no?).
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