Se acababa de ir la mayor cuando llegó la más chica; mi preferida. Apareció con la piel mojada y los ojos hundidos, cansados. Abrió la puerta, se acercó a mi silla para besarme y sentí su olor a pesar de que estaba muy transpirada. Cuarenta grados de calor, Buenos Aires sin aire y sin sueños en el verano vacío de mi vejez, susurré poéticamente para mí. Hay mañas que no se pierden nunca. Ella se prendió un cigarro que la mareó y lo apagó enseguida. Tantos días hacía que no la veía, que no me visitaba, los sentía años. Claro, de los viejos nadie se acuerda, eso es así... Qué dolor. Mañana sería otra cosa, ella estaría bañada y yo también. Quizás hasta nos sonriamos la una a la otra... ¿quién sabe algo del mañana?. Ella puso el agua para unos mates mientras intentaba fumar otra vez. Sé que va a morirse de eso, no sé cómo lo sé, pero lo sé. Es que ella nunca me hace caso, es como si yo ya no tuviera autoridad para decirle o aconsejarle nada. Cuando le dije los nombres de quienes la habían llamado tampoco dijo nada, es más, hasta frunció los ojos demostrando incomprensión. Tomamos mate en silencio. Sabía perfectamente que odiaba mi solero, por eso me lo miraba con ese desprecio tan parecido al de su padre cuando discutíamos. Yo detestaba sus modales y debía convivir con ellos, así que las dos sufríamos por lo mismo aunque ella no quisiera reconocerlo. Nunca me dio la razón, ni siquiera cuando su cáncer se hizo notar primero en la tos y después en todos lados. Cenaríamos lechuga, tomate, los dos huevos que habían quedado del almuerzo y quizás, un poco de sandía a modo de postre. Postres eran los de antes, los que solía hacer yo para mi marido y mis hijas...
Ya era tarde: ocho y media. Vimos el programa de Susana y ella respondió correctamente todas las respuestas del “Imbatible”; siempre fue una chica inteligentísima, en eso también salió al padre.
De vez en cuando, antes, nos reíamos, no pasaba muy seguido y tampoco era divertido, pero nos hacía sentir que estábamos ganándole unos minutos al rencor y mirá vos... ese, al final, se convirtió en nuestro dueño. Yo no sé qué fue lo que hice tan mal como madre, lo que sí sé es todo lo que no volvería a hacer: llevarlas y traerlas al colegio hasta el quinto año, prohibirles salir cuando el egoísmo se apoderaba de mí, gritarles tantas veces que por su culpa el padre se había ido de casa... Sé que ninguna de las dos me ha perdonado, no sé cómo, pero lo sé.
Ellas ya no son mis nenas ni yo su querida mamita.
A veces le pregunto a ésta, a la menor, cosas de su trabajo, pero me responde disparates: dice que le gusta estar conmigo y que no tengo que preocuparme porque ella no va a irse, no va a dejarme nunca. ¿Por qué dice eso?, ¿acaso no es imposible que los hijos dejen a los padres?. Después de todo uno les ha dado la vida y la educación. Nadie es perfecto. A veces también le pido perdón y acaricio su cabeza mientras duerme como cuando era chiquita. Con la mayor hablo menos, es cierto, pero es que ella me manda a dormir la siesta ni bien entra a la casa.
Tengo las uñas de los dedos gordos de los pies muy encarnadas y quiero pedirle que ésta noche, después de comer, me las arregle un poco. Lo necesito porque ya no puedo caminar más con los dedos así; me duelen tanto... Ella sigue fumando y su padre sigue sin dar señales de vida. Quién sabe, tal vez ya murió y soy viuda. Ahora que lo pienso creo que sí, que soy viuda... Entonces tengo miedo por ella, por mi nena, incluso más miedo que por mí. Ahora come un durazno con piel y siento el mismo asco que ella por mi solero. ¿Qué culpa tengo yo de no tener algo más lindo que ponerme de entre-casa?. Ella en cambio viste bien, en el trabajo le exigen y ella cumple con eso, es coqueta a su estilo, con su uniforme-delantal, en eso me hace acordar a mi mamá siempre pituca. ¿Por qué se reirá ahora?. Ella cree que no la veo pero el espejo del baño me la muestra casi enterita. Ha de estar acordándose de algo. ¡Cómo me gustaría saber de qué!. Se rasca la mejilla y se saca algo del ojo. Qué bella es mi hija, lo raro es que sea tan morena siendo que nosotros somos más bien rubiones. Ahora se agacha, levanta la vista y me ve. Bajo la cabeza y siento vergüenza. Creo que va a pegarme y entonces el miedo me mata la vergüenza. Me va a matar por andar espiándola. Perdoname, hija, le pido con los ojos, pero ya es tarde, ya la hice enloquecer. “Vos me volvés loca” me decía siempre la más chica, en cambio la otra, la mayor, me gritaba “Vos me hacés mal, mamá” aun más fuerte. Sé que va a pegarme, no sé cómo, pero lo sé, estoy segura. Se acerca la loca; me va a matar.
- Vamos a dormir señora Elsa que ya es muy tarde para usté.
- Pero si todavía no comimos, Celia querida...
- Soy Clara, señora, y acabamos de cenar.
Me arrastra hasta la cama como si tuviera ruedas en vez de pies. Qué sádica es; no parece hija mía.
1 comment:
Muy bueno. Fluye.
El final: ¿que es preferible la realidad o la equivocacion? ¿el delirio la realidad?
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