http://es.wix.com/website-template/view/html/689?originUrl=http%3A%2F%2Fes.wix.com%2Fwebsite%2Ftemplates%2Fhtml%2Fall%2F6&bookName=create-master-current-241213&galleryDocIndex=3&category=all

Wednesday, October 19, 2011


Aquí y ahora, me propongo venerar la patria amplia del vocabulario de ayer y hoy. Quiero empezar diciendo que me gustan algunas palabras que empiezan con la sílaba “co”. Ejemplos: coherente, co-sanguíneo, cooperar. Me gusta decir también “zoológico”, “se cuecen habas”, y “el buey solo bien se lame”. No me gusta mucho usar las expresiones “al toque”, “a pleno”, “de una”, pero las uso, y mucho - ¿cuánto es mucho?, ¿cuántas veces al día me encuentro hablando de un modo que no me satisface? -. Tal vez muchas veces – otra vez el mucho, esa manía de establecer cantidades…- aunque sea incapaz de reconocerlo - ¿soy incapaz realmente de hacerlo o simplemente se trata de una débil resistencia? –. Creo que en el fondo - ¿cuántos fondos citamos a lo largo de la vida? – lo que me lleva a usarlas es el deseo de no pasar de moda que es una manera elegante de decir que las mujeres vivimos en el desesperado intento de ser siempre jóvenes y hermosas. Me hace ruido – otra expresión que no termina de agradarme – cuando una persona grande - ¿a qué edad una persona es grande ahora que nosotros somos grandes también? – utiliza un término juvenil con el que pretende ser “canchera”. Jugando un poco para “despuntar el vicio” – acá veo cuatro fumadores bebedores de whisky alrededor de una mesa redonda con sus cartas de truco entre las manos – podría decir “no me cabe mucho cuando un jovato se quiere hacer el que está en la pomada y manda fruta a lo loco”. No soy de la época de “la pomada”, ni de la de la gomina, pero ojo que el gel ha hecho estragos en sendas cabezas de mi generación. Volvamos a las palabras “canchero” y “canchera”; son términos que pasaron de moda, al igual que la expresión “qué hambre” o “qué embolante” que son tan lindas. Las digo y el deseo de comerme un Tuby 4 acaba con el resto de mis deseos en un abrir y cerrar de ojos – esa sí me gusta mucho, abrir y cerrar los ojos, lo automático, lo que pasa todo el tiempo, lo que hacemos sin pensar y no le hace mal a nadie -. Me gusta jugar también a abrir uno y cerrar el otro para comprobar que las perspectivas de mi mundo son por lo menos, siempre, dos. Y pensar que antes, hace poquitito – soy derrochona de diminutivos – era mi vieja la que hablaba de los términos del pasado y ahora soy yo. Eso no me hace feliz, me hace nostálgica. Recuerdo perfectamente el día en que entendí que ya podía decir “mi época”, aquel instante en el que la conciencia del paso del tiempo, del cambio de generación, se hizo tangible, un objeto con el que yo podía jugar a juegos no del todo “copantes”. La cumpu, el celu, el chat, el mail venían a hacerle pito catalán – qué gratificante me resulta siempre usar la palabra “pito” – a mi pac man – que me remite al pic nic – y al jueguito de disparar de la Texas Instruments que en casa fuimos casi los primeros en tener. En otro hermoso abrir y cerrar de ojos el colorido “Simon” se convirtió en un juego “vintage” y carísimo, mientras que Sara Key y Hello Kitty sin necesidad de ingerir flores de Bach ni hacerse bótox ni exponerse al incierto mundo de la medicina ortomolecular – debo contener el chiste fácil – volvieron al mercado renovadas, bellas, radiantes, sin brillantina sobre sus calcomanías – perdón, stickers -. Las muy turras – antes una “turra” era una puta, ahora no tanto – se tomaron unos veinte añitos de vacaciones y a su regreso, generosas ellas, y tan millonarias, nos regalaron esa tierna cachetada cursi, ese fatal cimbronazo que antes se llamaba viejazo y que ahora se apellida retro. Vayanse a la mierda, pienso, pero no lo digo, porque hay palabras que, generación más época menos, son definitivamente poco elegantes, nada femeninas y tan pero tan vulgares. De esas uso tantas al día… Me da estupor - ¿para tanto? – pensar que con mis amigas a los feos les decíamos “fetos” y a los nabos les decíamos “espásticos”. Y los chicos que nos gustaban – ni chongos ni muchachos ni pibes: chicos, a secas – estaban fuertes, eran unos potros o mataban mil. Ahora que no bailo sobre parlantes, ni uso minishorts, ni bucaneras y ni siquiera me pinto los labios, ahora que como sano, que no bebo ni fumo casi nada, me suelo agarrar lindísimos ataques al hígado una vez por mes, y tras una salida breve, sin mucho rock and roll – otra sota que se cae como al descuido – necesito por lo menos diez horas de mal sueño para no convertirme en una zombi ni ser abducida – palabra que se ha puesto de moda, ¿vieron? – por los espíritus malignos. Y si aquí me detengo es porque quiero respetar los límites de la crónica, pero me abrazo a la promesa del retorno que siempre es seductora, y me despido, simplemente, “cantando bajito” – cantando bajito me encanta, me hace pensar en un hippie verdadero con su chaleco bordado y su pelo castaño, que va arrastrando sus pies tapados por los Oxford, mejor llamados “pata de elefante”, que no se puede sacar de encima la canción que dice: “Hubo un tiempo que fue hermoso…”