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Friday, August 18, 2006

Y no... No escribo aquí todos los días, lamentablemente no me da el tiempo para hacer semejante cosa. Pero ojo, eh, me encantaría poder hacerlo. Pero no puedo. Igualmente no me quejo, llevo una vida más que feliz y cada vez me va mejor con mis amigas las letras. Es que nos queremos mucho y nos respetamos todo: el mal humor, la falta de ganas, las ojeras, los chistes que no sabemos contar, todo lo que no podemos decir y sobre todo, la falta de tiempo.

Eso, el tiempo o en su defecto su ausencia, es algo que nos infunde un respeto sin igual. Casi que a veces podemos personificarlo y dependiendo de cómo estemos lo vemos lindo-lindo como un duendecito de esos que dibuja Liniers, o feo-feo como el portero del edificio de Maipú y San Martín, sobre Maipú, al lado de la mueblería, que tiene una cara tan impresionantemente asustadora que, te juro, llega a asustarnos – a mí y a mis letras – y lo que es peor, logra ocupar un espacio en la mente que después nos cuesta correr. A las pruebas me remito: me quejo de que no tengo tiempo para escribir y cuando me siento a hacerlo no hago más que perderlo hablando de cosas que no tienen gollete. Me encanta la palabra gollete y la uso bastante. Gollete: parte superior del cuello por donde se une a la cabeza. Qué lindo que es buscar definiciones en el diccionario ¿no?. Siempre me acuerdo de una compañera del colegio que todas las noches, en la última conversación que sostenía con su novio, se leían mutuamente una palabra del diccionario elegida al azar, y comentaban su definición y su posible uso. Y hablando del pasado... ayer viví una experiencia que merece una mención, y que es más, quizás hasta merecería un relato pero vamos con lo que tenemos: ayer fui a mi cole, al Santa Teresita, a las ocho de la mañana, porque mi querida sobrina Martina era escolta en el acto de San Martín. Ya el hecho de entrar al colegio, meterme en el gimnasio y ocupar el lugar de los padres y no el de los alumnos, fue un flash. Pero lo grosso vino cuando la vi a ella, a Irma, a mi maestra de primer grado, a mi primera maestra. Encima éstas últimas semanas vengo de revival en revival, de encuentro casual en llamado erróneo que conduce a un reencuentro con gente que no veo hace mucho más tiempo del que creo llevar de vida, en fin... El caso es que me acerqué a la maestra y después de pronunciar su nombre y vernos a los ojos le dije “¿Sabés quién soy?”. El grito de alegría que dio y el abrazo que nos dimos sin dudas será guardado (con extremo cuidado) sobre el estante clasificado como “Emociones fuertes, a veces muy fuertes 2006”.

Las dos lloramos y aunque no hayamos hecho comentario alguno, sé que ambas recordamos a mi mamá. Y ella, Irma, con su voz de siempre y con su misma carita de maestra, me dijo que aún conserva sobre su repisa la monjita-campanita-souvenir de mi comunión. Me encantó que me dijera eso, lo sentí como un mimo diseminado en el tiempo, como una prolongación de mi imagen en la vida de una de las personas que más me enseñó en mis días como alumna. Nos despedimos con la promesa de volver a vernos. Llegué a casa y Violetita me esperaba con sonrisas, sentada al lado de su padre que es mi amor sobre la cama que es de todos. Y entonces pensé en el tiempo, como lo estaba haciendo hace un rato cuando empezaba a escribir esto. Pienso en su longitud, en su profundidad, y en su falta o ausencia. Al final creo que siempre tenemos tiempo, porque de eso está hecha la vida, el tema es que nunca es fácil hacérselo o tomárselo. Porque si bien no nos pertenece, podemos generarlo, porque si bien no es nuestro, podemos disponer de él. Porque fijate vos que ya pasaron veintitrés años desde que esa señora diminuta y morena me enseñó a escribir, que es lo que estoy haciendo ahora, veintitrés años después, y sin tener tiempo.

1 comment:

Grinister said...

Vo me matá... denserio. Cada cosa decí...