Soy testigo de una rareza, de una más: se me secan las manos de los pies, lo juro.
Sus uñas son cuadradas y algo sucias hacia los costados. No puedo agacharme para limpiarlas o al menos no lo deseo. La pereza de las pequeñas cosas me invade.
Descubro que fantaseo con lugares que me dan miedo
confieso tonterías pero nadie me entiende,
quiero distraerlos a todos, hacerles burla, ser más inteligente.
Pero estoy cansada
Mi brazo se apura a escapar de una manga asesina,
salgo al pasto y corro y trepo a los escalones que nunca conté mientras tarareo “son pocos los que valen la pena” y me siento a gusto por un pequeñísimo instante que en su velocidad de vuelo canta cosas en dialectos floreados.
Estoy agotada.
Pesan mis párpados que no se rinden arrugados
el coraje me empuja las ganas y me tira al piso
soy torpe y frágil, y supe ser tan bonita…
Mi cuerpo no es más mío,
es increíble,
ahora tenemos la obligación de hacernos amigos otra vez, de renovarnos, volver a cantar, bailar, pensarnos modernos, usar vestidos con garabatos, qué sé yo...
También tengo que llegar a horario a la cita
mi demonio es puntual como no lo fueron mis progenitores.
Tengo que contraponer mi actitud, está en los libros de misiones universales y necesarias.
Rezar me ayuda,
escribir me agranda,
leer me abraza
recordar me exaspera.
Tengo sueño.
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