La realidad es la ilusión de una mentira presente.
La lluvia se deposita en el suelo de la calle que pisamos a diario. Viene de lejos, como los parientes olvidados. Mis pies son los primeros invitados y desde ellos comienza un debate que invade por completo mi ser ya humedecido hasta cansar.
Alcanzo a ver la hoja en blanco de un verano cansado de acalorar, y entonces me despacho como un bulto en un aeropuerto bañándome una y otra vez, sin darle descanso al agua que quiero convertir en bendita con el poder de mi mirada azul y gris.
(Tal vez mañana entre algunos pedazos de pollo vos y yo nos volvamos a elegir mirándonos, bajo un sol que nos hará olvidar que hoy llovía y que alguna vez nos peleamos a los gritos. Es una suerte que las nuevas lluvias sean tan impredecibles como nuestro futuro amoroso).
Siempre escribo cuando llueve y nunca puedo dejar de usar las palabras “siempre” y “nunca”. Nunca jamás; siempre las uso. Y caigo en su juego como lo hacen éstas gotas que cuando era chica las monjas me hacían creer que eran las lágrimas de Dios que estaba enojado por mis malas acciones. Si esas monjas hoy volvieran a decirme lo mismo me reiría para luego poder llorar por fin sin culpa.
¿Qué les diría Dios a los niños si pudiera hablarles sobre la lluvia?. No me lo imagino dando definiciones exactas o que tengan que ver con la climatología. No. Es que en realidad ahora no puedo más que imaginarlo llorando, desgarrado, triste y débil como nunca y como siempre.
Así también lloro yo.
http://es.wix.com/website-template/view/html/689?originUrl=http%3A%2F%2Fes.wix.com%2Fwebsite%2Ftemplates%2Fhtml%2Fall%2F6&bookName=create-master-current-241213&galleryDocIndex=3&category=all
Friday, January 26, 2007
Wednesday, January 24, 2007
o lamur lamur laralara...
Ahora que nos vamos a casar pinta el amor como pinta la discordia, pero claro que lo primero más que lo segundo. La ecuación siempre tiene que darse así como también ambas cosas mencionadas deben existir. Y así es como este momento de la vida me lleva a compartir una poesía que le escribí a Diego que si bien es íntima y nuestra, también puede llegar a ser de lo más universal, ustedes dirán...
Quiero que todo se haga chiquito
mi cuerpo,
mi adultez,
mis dolores,
la tonta culpa,
el mal.
Quiero que todo se reduzca
y se convierta para mí en algo maniobrable,
en algo que pueda sostener con una sola mano
y me ría.
Quiero algo que me haga reír
eso quiero
- a vos te quiero –.
Quiero que el sol salga de noche
y vuelva loco al tiempo
y que entonces el tiempo se vaya dejándonos la libertad que ansiamos tener.
Quiero subir a una montaña y que no me cueste
y una vez en la cima pensar en vos
en mi amor
en nuestro amor
en el amor chiquito que es y será lo único grande
lo único que valdrá la pena cuando pase el tiempo.
Quiero que la gente se quede dormida
toda menos nosotros tres,
bien dormida.
Quiero que lleguemos lejos
más lejos que ayer
más lejos que nunca.
Quiero que la culpa y el dolor no me agarren más
y que después de hacerte el amor
nos unamos al sueño y no nos despertemos
hasta que la luna se nos meta en la cama
y nos pinche la espalda provocándonos más risas.
Risas compartidas...
Quiero que UN día todo sea fantástico y bueno,
deseo que mis deseos, pequeños ellos,
por fin cobren la vida que se les debe
y que después, una vez más el tiempo,
vuelva a ser nuestro amigo.
Hagamos las pases
siempre.
Hagamos el amor
siempre.
Hagamos cosas chiquitas
juntos,
siempre.
Quiero que todo se haga chiquito
mi cuerpo,
mi adultez,
mis dolores,
la tonta culpa,
el mal.
Quiero que todo se reduzca
y se convierta para mí en algo maniobrable,
en algo que pueda sostener con una sola mano
y me ría.
Quiero algo que me haga reír
eso quiero
- a vos te quiero –.
Quiero que el sol salga de noche
y vuelva loco al tiempo
y que entonces el tiempo se vaya dejándonos la libertad que ansiamos tener.
Quiero subir a una montaña y que no me cueste
y una vez en la cima pensar en vos
en mi amor
en nuestro amor
en el amor chiquito que es y será lo único grande
lo único que valdrá la pena cuando pase el tiempo.
Quiero que la gente se quede dormida
toda menos nosotros tres,
bien dormida.
Quiero que lleguemos lejos
más lejos que ayer
más lejos que nunca.
Quiero que la culpa y el dolor no me agarren más
y que después de hacerte el amor
nos unamos al sueño y no nos despertemos
hasta que la luna se nos meta en la cama
y nos pinche la espalda provocándonos más risas.
Risas compartidas...
Quiero que UN día todo sea fantástico y bueno,
deseo que mis deseos, pequeños ellos,
por fin cobren la vida que se les debe
y que después, una vez más el tiempo,
vuelva a ser nuestro amigo.
Hagamos las pases
siempre.
Hagamos el amor
siempre.
Hagamos cosas chiquitas
juntos,
siempre.
Wednesday, January 10, 2007
retro texto
Los versos de Juli – alias Lucía – me mueven a un par de recuerdos y tal vez algunas reflexiones...
¿Viste que odiosa es la gente que dice conocer o haber conocido a un FAMOSO, haber sido amigo cuando apenas lo vio caminar por alguna calle, o cruzó dos o tres palabras o simplemente supo por voces extrañas que vivía en su barrio?. Bueno, yo soy de esos. Yo a Juli, divina ella, la conocí en sus inicios. Salía con casi todos los RRPP de los boliches de zona norte, de mi zona, de la zona de mi grupo de amigas LAS CHI-CHÍS, con quienes salíamos a embriagarnos y hacer dedo por Avenida Libertador como los actos inconscientes más consientes que podíamos tener a la escasa edad de 16, 17, y un poco más también.
Juli o su hermana habían tenido un affaire con mi hermano mayor, lo cual me provocaba unos celos fatales. Sumado a eso una de ellas – entiéndase: eran muy parecidas y caminaban juntas, idénticamente, y con pasos tan escalofriantes como los de las mellicitas de El Resplandor pero siendo rubias, y altas, y lindas – sedujo a un muchacho que le gustaba a una amigareamigaparasiempremía. Desde ya dos motivos harto suficientes como para odiarlas y alguna vez haberlas insultado frente a El Rasta, aquel barzucho que duró lo suficiente como para bebernos todo el alcohol que nos entraba en el cuerpo y besar a todos los desconocidos o apenas conocidos que nos aportaban un punto en nuestro infalible campeonato llamado “Flash Point”. Dicho campeonato consistía en “tranzar” con la mayor cantidad de chicos posibles en la menor cantidad de tiempo posible, una atorrantería que nos divertía tanto pero tanto que trascendía su objetivo putanil para convertirse en una especie de código que únicamente a esa edad uno puede tener con sus resúperamigos. A él se le sumaba un lenguaje único e íntimo que nos permitía detallar cualquier encuentro con un espécimen del sexo opuesto delante de quien fuera – padres incluidos – con todos los detalles que requiriera el caso, ya que contábamos con frases o palabras que lo decían todo sin que se notara nada. Era maravilloso... Esos años lo eran. Hoy no se puede hacer dedo pero por suerte coincide con que las ganas de besar y toquetearse con los muchachos del barrio han disminuido notablemente, al nivel de habernos llevado a casarnos con un sólo hombre trabajador y responsable, y/o haber tenido hijos preciosos, y/o haber vivido ya una, dos o tres veces en pareja, y/o estar buscando un candidato estable para pasar los años que van de los treinta a los cincuenta por lo menos...
Me encanta recordar aquellos tiempos, lo que significaba Keibhys – nunca lo supe escribir – el boliche del barrio al que podíamos ir solas si queríamos porque siempre nos encontrábamos a alguien amigo, a alguien con quien bailar arriba o abajo de los parlantes. ¡Cómo nos gustaba mostrar los mini shorts y las letales bucaneras!, ¡cómo nos encantaba provocar a la monada!. Éramos un grupo de chicas muy lindas y lo seguimos siendo sólo que esos turros de los años bien sabemos que no pasan en vano y ahora nos hacen invertir el dinero que gastábamos en las entradas de los boliches y en las barras de los mismos, en cremas preventivas para las arrugas y/o en casos excepcionales tangas un poco más grandes de las que nos atrevíamos a usar antaño.
El peso del transcurso y la velocidad del tiempo nos pega distinto siempre, depende del humor que tengamos ese día, de las últimas vivencias, y de tantas otras cosas. Pero hoy, a pesar de la lluvia y gracias a Juli (perdón, Lucía, mi reamichi del pasado) a mí me pega re-bien.
Éste año cumpliré treinta, “un lindo número”, “una hermosa edad”, “un gran momento de la vida”, “hay que jugarle al derecho y al revés”, etc. Y me encanta cumplirlos así como me provoca sentimientos extraños, encontrados y desencontrados, lindos y melancólicos, felices y orgullosos.
A veces fantaseo con volver el tiempo atrás y vivir una noche como las que vivíamos por aquellos tiempos, pero con los sentimientos que teníamos, con la cabeza que teníamos, con la calentura y las ganas de tragarnos el mundo de un sólo bocado pero muy sabroso y lleno de gancia y/o vino malísimo. Quisiera hacerme un buche con todos esos recuerdos y excesos llamar a mi espíritu adolescente y pedirle me conceda aunque más no sean una o dos horas de pegoteo con mis amigas con quienes además de comer ñoquis y Bonobones compulsivamente, y medir nuestra capacidad para con el tekila, nos besábamos para ver “cómo tranzaba la otra” y darle consejos. Dios mío... Cuánto menos pudor y prejuicios tiene uno en la ignorancia de la juventú primera... En fin... El tema, al igual que el de los Sugus, dá para mucho y sé que volveré a la carga con él, pero ahora debo terminar para ponerme en órbita con mis responsabilidades de adulta.
Y si les parece bien termino con un parrafito de la novela que estoy escribiendo: se llama “Mis 15” y cuenta la historia de varias familias y de dos niñas que están a punto de cumplir esa maravillosa edad...
Saludos,
Maqui, una ex adolescente en crisis y a mucha honra
“Sin dudas las nuevas sensaciones físicas son las invitadas de honor. Por las mañanas, al levantarse, siente unos mareos leves que se le van ni bien desayuna, y lo mismo le pasa cuando se para de golpe o camina ligero. Regina le explicó que las hormonas son las responsables de esas y de otras tantas cuestiones, muchas de ellas relacionadas con el amor. Y Micaela sabe de lo que su mamá le habla aunque nunca le pongan las palabras exactas ni puedan hacerlo más que nada porque con la mamá hay cosas de las que no se puede o “no se debe” hablar. Como por ejemplo, de que cada vez que se besa con Matías se le moja la bombacha o se le pone la cara muy colorada, al rojo vivo; o que los pezones se le endurecen hasta dolerle; o que a veces – casi siempre – desea que las caricias vayan más lejos, más adentro, más y más. Y si no se lo dice a Regina no es por vergüenza sino por otro sentimiento que sólo se siente con las mamás, porque por sentir “esas cosas”, Micaela no siente ninguna vergüenza, y la prueba está en que algunas hasta se las contó a Matías, naturalmente, como quien cuenta una novedad sorprendente de cualquier índole. Pero Matías, claro, no pudo recibir del mismo modo el relato de Quela que lo dejó callado, pensativo, y sintiendo unas ganas tremendas de tirarse encima de ella, del cuerpo de Micaela, para abrazarlo y acariciarlo hasta provocarle más calor que el mismísimo sol. Pero como siempre se acobardó y lo único que pudo hacer fue ir en busca de dos botellitas de Coca Cola que abrió con torpeza en un movimiento rápido”.
¿Viste que odiosa es la gente que dice conocer o haber conocido a un FAMOSO, haber sido amigo cuando apenas lo vio caminar por alguna calle, o cruzó dos o tres palabras o simplemente supo por voces extrañas que vivía en su barrio?. Bueno, yo soy de esos. Yo a Juli, divina ella, la conocí en sus inicios. Salía con casi todos los RRPP de los boliches de zona norte, de mi zona, de la zona de mi grupo de amigas LAS CHI-CHÍS, con quienes salíamos a embriagarnos y hacer dedo por Avenida Libertador como los actos inconscientes más consientes que podíamos tener a la escasa edad de 16, 17, y un poco más también.
Juli o su hermana habían tenido un affaire con mi hermano mayor, lo cual me provocaba unos celos fatales. Sumado a eso una de ellas – entiéndase: eran muy parecidas y caminaban juntas, idénticamente, y con pasos tan escalofriantes como los de las mellicitas de El Resplandor pero siendo rubias, y altas, y lindas – sedujo a un muchacho que le gustaba a una amigareamigaparasiempremía. Desde ya dos motivos harto suficientes como para odiarlas y alguna vez haberlas insultado frente a El Rasta, aquel barzucho que duró lo suficiente como para bebernos todo el alcohol que nos entraba en el cuerpo y besar a todos los desconocidos o apenas conocidos que nos aportaban un punto en nuestro infalible campeonato llamado “Flash Point”. Dicho campeonato consistía en “tranzar” con la mayor cantidad de chicos posibles en la menor cantidad de tiempo posible, una atorrantería que nos divertía tanto pero tanto que trascendía su objetivo putanil para convertirse en una especie de código que únicamente a esa edad uno puede tener con sus resúperamigos. A él se le sumaba un lenguaje único e íntimo que nos permitía detallar cualquier encuentro con un espécimen del sexo opuesto delante de quien fuera – padres incluidos – con todos los detalles que requiriera el caso, ya que contábamos con frases o palabras que lo decían todo sin que se notara nada. Era maravilloso... Esos años lo eran. Hoy no se puede hacer dedo pero por suerte coincide con que las ganas de besar y toquetearse con los muchachos del barrio han disminuido notablemente, al nivel de habernos llevado a casarnos con un sólo hombre trabajador y responsable, y/o haber tenido hijos preciosos, y/o haber vivido ya una, dos o tres veces en pareja, y/o estar buscando un candidato estable para pasar los años que van de los treinta a los cincuenta por lo menos...
Me encanta recordar aquellos tiempos, lo que significaba Keibhys – nunca lo supe escribir – el boliche del barrio al que podíamos ir solas si queríamos porque siempre nos encontrábamos a alguien amigo, a alguien con quien bailar arriba o abajo de los parlantes. ¡Cómo nos gustaba mostrar los mini shorts y las letales bucaneras!, ¡cómo nos encantaba provocar a la monada!. Éramos un grupo de chicas muy lindas y lo seguimos siendo sólo que esos turros de los años bien sabemos que no pasan en vano y ahora nos hacen invertir el dinero que gastábamos en las entradas de los boliches y en las barras de los mismos, en cremas preventivas para las arrugas y/o en casos excepcionales tangas un poco más grandes de las que nos atrevíamos a usar antaño.
El peso del transcurso y la velocidad del tiempo nos pega distinto siempre, depende del humor que tengamos ese día, de las últimas vivencias, y de tantas otras cosas. Pero hoy, a pesar de la lluvia y gracias a Juli (perdón, Lucía, mi reamichi del pasado) a mí me pega re-bien.
Éste año cumpliré treinta, “un lindo número”, “una hermosa edad”, “un gran momento de la vida”, “hay que jugarle al derecho y al revés”, etc. Y me encanta cumplirlos así como me provoca sentimientos extraños, encontrados y desencontrados, lindos y melancólicos, felices y orgullosos.
A veces fantaseo con volver el tiempo atrás y vivir una noche como las que vivíamos por aquellos tiempos, pero con los sentimientos que teníamos, con la cabeza que teníamos, con la calentura y las ganas de tragarnos el mundo de un sólo bocado pero muy sabroso y lleno de gancia y/o vino malísimo. Quisiera hacerme un buche con todos esos recuerdos y excesos llamar a mi espíritu adolescente y pedirle me conceda aunque más no sean una o dos horas de pegoteo con mis amigas con quienes además de comer ñoquis y Bonobones compulsivamente, y medir nuestra capacidad para con el tekila, nos besábamos para ver “cómo tranzaba la otra” y darle consejos. Dios mío... Cuánto menos pudor y prejuicios tiene uno en la ignorancia de la juventú primera... En fin... El tema, al igual que el de los Sugus, dá para mucho y sé que volveré a la carga con él, pero ahora debo terminar para ponerme en órbita con mis responsabilidades de adulta.
Y si les parece bien termino con un parrafito de la novela que estoy escribiendo: se llama “Mis 15” y cuenta la historia de varias familias y de dos niñas que están a punto de cumplir esa maravillosa edad...
Saludos,
Maqui, una ex adolescente en crisis y a mucha honra
“Sin dudas las nuevas sensaciones físicas son las invitadas de honor. Por las mañanas, al levantarse, siente unos mareos leves que se le van ni bien desayuna, y lo mismo le pasa cuando se para de golpe o camina ligero. Regina le explicó que las hormonas son las responsables de esas y de otras tantas cuestiones, muchas de ellas relacionadas con el amor. Y Micaela sabe de lo que su mamá le habla aunque nunca le pongan las palabras exactas ni puedan hacerlo más que nada porque con la mamá hay cosas de las que no se puede o “no se debe” hablar. Como por ejemplo, de que cada vez que se besa con Matías se le moja la bombacha o se le pone la cara muy colorada, al rojo vivo; o que los pezones se le endurecen hasta dolerle; o que a veces – casi siempre – desea que las caricias vayan más lejos, más adentro, más y más. Y si no se lo dice a Regina no es por vergüenza sino por otro sentimiento que sólo se siente con las mamás, porque por sentir “esas cosas”, Micaela no siente ninguna vergüenza, y la prueba está en que algunas hasta se las contó a Matías, naturalmente, como quien cuenta una novedad sorprendente de cualquier índole. Pero Matías, claro, no pudo recibir del mismo modo el relato de Quela que lo dejó callado, pensativo, y sintiendo unas ganas tremendas de tirarse encima de ella, del cuerpo de Micaela, para abrazarlo y acariciarlo hasta provocarle más calor que el mismísimo sol. Pero como siempre se acobardó y lo único que pudo hacer fue ir en busca de dos botellitas de Coca Cola que abrió con torpeza en un movimiento rápido”.
Tuesday, January 09, 2007
No sé si ponerme contenta porque sin querer inauguré un debate tempo-generacional, o si largarme a llorar largamente porque mi felicidad y/o infelicidad son para quienes me rodean mucho menos importantes que los caramelos sugus de cualquier sabor.
Tampoco sé si quiero mucho o aborrezco en demasía a quienes me rodean por meterse así, arbitrariamente en MI BLOGGGGG para decir "cosas" de cualquier índole. Del sugus de menta a la malicia de los mendocinos hay por lo menos medio caramelo de distancia, o debería haberlo pero bué... La gente sasí, ¿vistessss?. Creo que me gusta esto igual...
De todos modos el privilegio de la duda es siempre un privilegio, como el de pertenecer y si bien no tengo American Express sí tengo un maridito precioso que hoy cumple sus primeros y flamantes 40 años. Eso me gusta, digo, el número (él también pero eso es algo íntimo, no se metan), porque me hace sentir una pendeja y porque a él lo veo como a un hombre "armado", y algunos otros calificativos que usan las señoras mayores a las que les llevo una lindísima ventaja. Apenas 29 años y toda esta sabiduría... Mi Dios, creo que entonces la suerte está de mi lado, che...
Saludos color verde!
(menta, claro!)
Tampoco sé si quiero mucho o aborrezco en demasía a quienes me rodean por meterse así, arbitrariamente en MI BLOGGGGG para decir "cosas" de cualquier índole. Del sugus de menta a la malicia de los mendocinos hay por lo menos medio caramelo de distancia, o debería haberlo pero bué... La gente sasí, ¿vistessss?. Creo que me gusta esto igual...
De todos modos el privilegio de la duda es siempre un privilegio, como el de pertenecer y si bien no tengo American Express sí tengo un maridito precioso que hoy cumple sus primeros y flamantes 40 años. Eso me gusta, digo, el número (él también pero eso es algo íntimo, no se metan), porque me hace sentir una pendeja y porque a él lo veo como a un hombre "armado", y algunos otros calificativos que usan las señoras mayores a las que les llevo una lindísima ventaja. Apenas 29 años y toda esta sabiduría... Mi Dios, creo que entonces la suerte está de mi lado, che...
Saludos color verde!
(menta, claro!)
Saturday, January 06, 2007
Cuando uno dice "sugus verde" dice "sugus de menta", el verde clarito no le llega ni a los talones y eso es una de las verdades más ACSOLUTAS que existen.
Feliz año nuevo a todos y especialmente a mi amigo recuperado "Nippur".
Maca
P.D.: Y cuando se habla de Corazoncitos Dorins se habla de los de mandarina, claro está.
Friday, January 05, 2007
La infelicidad hoy
(Jueves 4 de Enero de 2007)
Me siento infeliz. Pero no se trata de la infelicidad de siempre, de la conocida, de esa angustia que tantas veces ha estado en mí, metida en mi cuerpo y en mi corazón con la misma agilidad que la sangre. No. Hoy se trata de un nuevo tipo de infelicidad que, por nuevo, me genera cierto entusiasmo a pesar de su carga maldita y dolorosa que me lleva, justamente, a sentirla: La Infelicidad, con mayúsculas.
Hoy mi infelicidad – quizás vestida de rosa pálido – no parece tener como objetivo abolir mi seguridad o distraer mis emociones amorosas. No. Hoy mi infelicidad pareciera querer hacer algo más íntimo conmigo. Me quiere, sí, claro, pero me quiere toda para ella, y es por eso que a cada paso la tengo que escuchar susurrándome asuntos del tipo de “él está mal”, “a él no se lo ve bien”, “vos a él no lo hacés feliz”. Y es entonces cuando corro hacia el espejo y me miro pensando “soy linda”. Y sí, lo soy. Así que con eso tengo para empezar y del después me pienso ocupar después. Pero claro, la infelicidad es menos amiga del tiempo que yo por lo cual la corrida hacia el espejo es la única velocidad a la que puedo someterme. Más rápido no puedo avanzar y con mayor lentitud todo se echaría a perder en un abrir y cerrar de ojos. Me resta correr: corro, piso fuerte, soy veloz, y linda, pero eso ya lo dije. Mis pies se pisan en el fragor de la avanzada, llego a un destino que tiene cara de dormitorio compartido y me arrojo sobre la cama con deseos de ser absorbida. Ojalá pudiera convertirme en sábana, en almohada, y ser para él el refugio del descanso. Recién allí dejaría de comprarle regalos y hacerle tartas, y escribirle, e intentaría métodos ante todo más plácidos para hacerlo un hombre feliz. Porque mi infelicidad hoy nace de él, o más bien, de la suya, de la que siento que siente a mi lado últimamente. De un salto salgo de la cama y vuelvo a los pasos veloces de la corrida diaria y es ahí cuando me doy cuenta de que quiero escapar o algo parecido. Llego agitada a la puerta de calle y con las llaves en la mano derecha inundo la recepción del hogar donde vivo con mi familia. Lloro. Las lágrimas ofician de puente, son las únicas que pueden ayudarme a salir de la maldita infelicidad que me ha invadido toda, de principio a fin, y también a lo largo de toda ésta jornada pegajosa de verano y mosquitos. Lloro haciendo del llanto mi bendición, la escuela en la que pienso aprender, la iglesia en la que no me dolerán las rodillas al rezar. Abro la puerta: huelo. La calle en este instante tiene más sonidos que aromas, pero esos sonidos tienen olor. Cierro velozmente la puerta y me siento en el piso. Siento el frío de la madera que sube por mi espalda hasta mi cuello y me tira de los pelos. Aunque tenga que quedarme pelada juro que no voy a moverme de este lugar. Es mío como nunca nada lo fue tanto. Y desde acá, desde el piso que me sostiene la testarudez por fin la veo a ella huir de mí. Sale de mi boca para deslizarse como la sombra al paso de los hombres soleados, o el agua que me chorrea del pelo al terminar de bañarme. Sí, se va, se está yendo, y es ella más que nunca cuando se va. Le doy las gracias y me seco la cara con las lágrimas húmedas que ya no me pertenecen, que ahora son del mundo, y que me veneran por haberlas hecho nacer.
Lo bueno de la infelicidad es que a veces, además de nueva, es breve y fluida y por eso ya se fue, y por eso él ahora va a llegar con la cara que usa cuando ya se le pasó.
Me paro.
La felicidad hoy
(Viernes 5 de Enero de 2007)
La infelicidad de ayer se esfumó, por suerte. Leo mucho desde que la sentí para poder quitármela y la lectura efectivamente me ha dado resultado y hoy puedo decir que me siento feliz. Cuando leo siento cosas que tranquilamente podrían ser producto de la consumición de alguna droga: alucino, me río, tengo imágenes psicodélicas y hasta me tropiezo al caminar. O podría decir que el estado en el que me deja la lectura es muy similar al que provoca la ingesta de alcohol en exceso porque en realidad no conozco muchas drogas así que prefiero compararlo con las que están socialmente más aceptadas más que nada para no herir susceptibilidades. Yo soy una mujer socialmente aceptada a pesar de no haberme casado y haber tenido una hija y desde hace poco mucho más porque saqué el registro y puedo conducir libremente por las calles tanto de mi barrio como por las de otros barrios que todavía no conozco. No conozco muchos lugares pero soy feliz igual ya que con mi ignorancia a cuestas he podido ir a lugares que quizás muchos tampoco conozcan y así y todo sean felices como lo soy yo. O más. O menos. Al fin y al cabo ¿qué me importa?.
Ya no tengo más tiempo, el sugus verde que me comí recién era mi límite. La bebé que me ha elegido como madre despertará en breves instantes mientras que su padre, a quien le toqué como señora esposa sin papeles que lo avalen, acaba de ingresar al hogar con leves heridas del mundo social sobre su cuerpecito pequeño y débil. La fiebre y el malestar son sus cobardes defensas para con la hostilidad que día a día, minuto a minuto, nos apuñala subliminalmente como los mensajes satánicos de las canciones de Xu Xu Xu, Xa Xa Xa. Pero lo bueno es que mi felicidad hoy es verde como el envoltorio del sugus y que la infelicidad de ayer ya no tiene ni peso especifico ni forma anatómica ni deseos de aparecer a lo largo de todo el fin de semana lo cual hace que Yo disponga de 72 hs – aseguradas – para disfrutar de la vida. El destino y sus trampas no son lo que eran ayer así que no les temo. Hoy no le tengo miedo a nada y sé fehacientemente que esa es una de las formas de la felicidad que en este momento pregono. Me encanta la palabra “pregono” y me gustaría cerrar con ella pero no es posible porque es una palabra abierta y que además ya utilicé y el miedo a la repetición bien se sabe cómo acompleja al artista así que... ¡felicidad!. (Esa igual es linda ¿no?).
(Jueves 4 de Enero de 2007)
Me siento infeliz. Pero no se trata de la infelicidad de siempre, de la conocida, de esa angustia que tantas veces ha estado en mí, metida en mi cuerpo y en mi corazón con la misma agilidad que la sangre. No. Hoy se trata de un nuevo tipo de infelicidad que, por nuevo, me genera cierto entusiasmo a pesar de su carga maldita y dolorosa que me lleva, justamente, a sentirla: La Infelicidad, con mayúsculas.
Hoy mi infelicidad – quizás vestida de rosa pálido – no parece tener como objetivo abolir mi seguridad o distraer mis emociones amorosas. No. Hoy mi infelicidad pareciera querer hacer algo más íntimo conmigo. Me quiere, sí, claro, pero me quiere toda para ella, y es por eso que a cada paso la tengo que escuchar susurrándome asuntos del tipo de “él está mal”, “a él no se lo ve bien”, “vos a él no lo hacés feliz”. Y es entonces cuando corro hacia el espejo y me miro pensando “soy linda”. Y sí, lo soy. Así que con eso tengo para empezar y del después me pienso ocupar después. Pero claro, la infelicidad es menos amiga del tiempo que yo por lo cual la corrida hacia el espejo es la única velocidad a la que puedo someterme. Más rápido no puedo avanzar y con mayor lentitud todo se echaría a perder en un abrir y cerrar de ojos. Me resta correr: corro, piso fuerte, soy veloz, y linda, pero eso ya lo dije. Mis pies se pisan en el fragor de la avanzada, llego a un destino que tiene cara de dormitorio compartido y me arrojo sobre la cama con deseos de ser absorbida. Ojalá pudiera convertirme en sábana, en almohada, y ser para él el refugio del descanso. Recién allí dejaría de comprarle regalos y hacerle tartas, y escribirle, e intentaría métodos ante todo más plácidos para hacerlo un hombre feliz. Porque mi infelicidad hoy nace de él, o más bien, de la suya, de la que siento que siente a mi lado últimamente. De un salto salgo de la cama y vuelvo a los pasos veloces de la corrida diaria y es ahí cuando me doy cuenta de que quiero escapar o algo parecido. Llego agitada a la puerta de calle y con las llaves en la mano derecha inundo la recepción del hogar donde vivo con mi familia. Lloro. Las lágrimas ofician de puente, son las únicas que pueden ayudarme a salir de la maldita infelicidad que me ha invadido toda, de principio a fin, y también a lo largo de toda ésta jornada pegajosa de verano y mosquitos. Lloro haciendo del llanto mi bendición, la escuela en la que pienso aprender, la iglesia en la que no me dolerán las rodillas al rezar. Abro la puerta: huelo. La calle en este instante tiene más sonidos que aromas, pero esos sonidos tienen olor. Cierro velozmente la puerta y me siento en el piso. Siento el frío de la madera que sube por mi espalda hasta mi cuello y me tira de los pelos. Aunque tenga que quedarme pelada juro que no voy a moverme de este lugar. Es mío como nunca nada lo fue tanto. Y desde acá, desde el piso que me sostiene la testarudez por fin la veo a ella huir de mí. Sale de mi boca para deslizarse como la sombra al paso de los hombres soleados, o el agua que me chorrea del pelo al terminar de bañarme. Sí, se va, se está yendo, y es ella más que nunca cuando se va. Le doy las gracias y me seco la cara con las lágrimas húmedas que ya no me pertenecen, que ahora son del mundo, y que me veneran por haberlas hecho nacer.
Lo bueno de la infelicidad es que a veces, además de nueva, es breve y fluida y por eso ya se fue, y por eso él ahora va a llegar con la cara que usa cuando ya se le pasó.
Me paro.
La felicidad hoy
(Viernes 5 de Enero de 2007)
La infelicidad de ayer se esfumó, por suerte. Leo mucho desde que la sentí para poder quitármela y la lectura efectivamente me ha dado resultado y hoy puedo decir que me siento feliz. Cuando leo siento cosas que tranquilamente podrían ser producto de la consumición de alguna droga: alucino, me río, tengo imágenes psicodélicas y hasta me tropiezo al caminar. O podría decir que el estado en el que me deja la lectura es muy similar al que provoca la ingesta de alcohol en exceso porque en realidad no conozco muchas drogas así que prefiero compararlo con las que están socialmente más aceptadas más que nada para no herir susceptibilidades. Yo soy una mujer socialmente aceptada a pesar de no haberme casado y haber tenido una hija y desde hace poco mucho más porque saqué el registro y puedo conducir libremente por las calles tanto de mi barrio como por las de otros barrios que todavía no conozco. No conozco muchos lugares pero soy feliz igual ya que con mi ignorancia a cuestas he podido ir a lugares que quizás muchos tampoco conozcan y así y todo sean felices como lo soy yo. O más. O menos. Al fin y al cabo ¿qué me importa?.
Ya no tengo más tiempo, el sugus verde que me comí recién era mi límite. La bebé que me ha elegido como madre despertará en breves instantes mientras que su padre, a quien le toqué como señora esposa sin papeles que lo avalen, acaba de ingresar al hogar con leves heridas del mundo social sobre su cuerpecito pequeño y débil. La fiebre y el malestar son sus cobardes defensas para con la hostilidad que día a día, minuto a minuto, nos apuñala subliminalmente como los mensajes satánicos de las canciones de Xu Xu Xu, Xa Xa Xa. Pero lo bueno es que mi felicidad hoy es verde como el envoltorio del sugus y que la infelicidad de ayer ya no tiene ni peso especifico ni forma anatómica ni deseos de aparecer a lo largo de todo el fin de semana lo cual hace que Yo disponga de 72 hs – aseguradas – para disfrutar de la vida. El destino y sus trampas no son lo que eran ayer así que no les temo. Hoy no le tengo miedo a nada y sé fehacientemente que esa es una de las formas de la felicidad que en este momento pregono. Me encanta la palabra “pregono” y me gustaría cerrar con ella pero no es posible porque es una palabra abierta y que además ya utilicé y el miedo a la repetición bien se sabe cómo acompleja al artista así que... ¡felicidad!. (Esa igual es linda ¿no?).
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