Papaíto piernas largas
Si hay un libro fundacional o iniciático en mi vida, es ese. Por tanto, es extraño que no lo tenga. Soy tan amante de los libros como de la curiosidad. Cuando quiero tener uno no paro hasta obtenerlo, ya sea porque me lo compro o porque pido/sugiero, que me lo regalen. También soy adoradora de los elementos del pasado, de los objetos viejos, antiguos, que atestiguan que hubo un ayer que de alguna manera todavía podemos tocar. Y los libros de la colección Robin Hood ya son considerados de otra época. Por tanto: ¿por qué no he cometido esos actos de nombres aberrantes como “googlear”, “wikipedear”, “mercadolibrear”, para por fin tener en mis manos el libro aquel que marcó mis días infantiles?. ¿Por qué mi gusto inmenso por el aroma a hoja gastada, seca, frágil, antigua, no me seduce hasta hacerme desesperar el olfato como tantas otras veces, menos románticas, sí lo ha hecho?. ¿Por qué no me entrego al deseo real de volver a leer esa historia?. No le temo al desencanto ni mucho menos a la nostalgia de la niñez. Los temores, en este caso, están excluidos.
¿Entonces?
Ese libro vino a mí hace por lo menos veinte años, y sé, con la misma seguridad que sabemos que amamos a alguien, que un día caminando por las calles de San Telmo, o en la casa de una amiga nueva llamada por ejemplo Clara, o en el baúl de objetos perdidos de una parroquia, o en una mesa de feria de libros a cinco pesos, o en manos de algún Natalio Ruiz en el subte, lo veré, se me presentará, aparecerá, volverá a mí, y en ese momento yo volveré a tener 11 años, y estaré acostada en mi cama de una plaza, en mi cuarto decorado con pósters de Snoopy y Bon Jovi, con mi amiga rubia recostada en “la cama que se saca de abajo”, y ambas estaremos leyendo, en silencio, entendiendo en ese instante que se puede ser amigas incluso estando calladas, que leer está bueno, que nos podemos enamorar de hombres que no existen y que el mundo es la cosa más rara y perfecta que se haya inventado.
No comments:
Post a Comment