Si yo tuviera una de esas, mis lágrimas serían más livianas, más ágiles, y recorrerían otros caminos sobre mis mejillas, inspeccionarían otros huecos, algunos nuevos poros. Espacios diferentes, menos comunes, más originales. Mi rostro compondría otro mapa, uno más sincero, más hallable, menos engañoso. Porque hay días en los que soy buena y lloro poco, además. Hay días en los que no sé por dónde ir, a quién preguntarle cuál es el centro, el eje, la capital, el que manda, lo que dirige, cuánto sale. Las dudas me pesan de cualquier forma: en la mochila, en el cinturón que dejé de usar hace ya unos tiempos, en el pasto sobre el que me tiro a pensar en mis más privados sinsentidos…
Perdida es un nombre que se acerca al de huérfana, o al de sola, pero que no los acompaña porque no sabe ni quiere, porque es Perdida y no es Compañera. Sola ando con todo eso que algunos llaman “lo demás”. Llorona y triste soy sin ella, sin la que me falta, y la gente podría decir “ahí va la llorona”, pero la gente no dice nunca lo que diría. Se ponen en sus gestos remanidos y miran, ay cuánto me miran, y desde sus ojos grandes y esas bocas herméticas hacen el gesto de compasión que todos sabemos hacer tan bien. La compasión es sencilla de encontrar, esa sí que me sé dónde queda… Pero la compasión tampoco sabe dónde está ella, la que no encuentro, la que dicen que no va a volver. ¿Por qué los vivos creen saberlo todo sobre la muerte?, ¿no advierten el contrasentido?, ¿qué es más real, vivir o morir, estar o desaparecer?. Y yo que llevo este mapa cada vez más agujereado… Quiero colgar fotos en mis párpados, agujerear el fondo, la parte de arriba, el hueco del atrás, pero mis párpados se cierran rogándome una piedad que ignoran que es una de mis religiones.
Mi espalda siente la pared caer, la pared irreal como todas las paredes, y entonces el cielo inmenso de cartón celeste, imposible, disfrazado en su quietud perenne, innata, en las pocas palabras de dos “n” que conozco. Una vez más el abrazo al cuerpo propio que añora, infame, abrazo, nostalgia feroz que desconoce los caminos, que se ríe de los milagros y se mofa de los encuentros como brotes, como respuestas, como mundos paralelos.
Pena de cerrar la página, de dejar de hablar de mí y de nosotras.
Pena por dejar que mis ojos siempre sean tan mojados.
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