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Wednesday, July 13, 2011

La literatura es una de las formas del escapismo. Un juego tramposo. Una ciencia artística que las palabras no pueden llegar a describir. Es mujer, es alta – por eso empieza con L -. Adoraría escribir más sobre ella, en un ambiente cerrado con olor a eucalipto, desde el cual el viento se escuchase como si un gigante silbara enojado, amenazante. El viento, según el ánimo – de ella – puede ser su mejor amigo.

La literatura es una pasión, pero también un chiste atemporal, anacrónico. Carece de horas. Su transcurso no se mide, se siente. Es amiga del amor, a veces hermana, pero tiene acuerdos con todos: la culpa, el dolor, el agua, el cielo, el todo, la nada. Le molesta ser maltratada como toda entidad femenina, es sensible a la hostilidad y tanto más a los hombres. Por eso son pocos los de espaldas anchas y brazos fuertes que se atreven a tomarla sin volverse locos. Más bien se le animan los barbudos, los fumadores, los retraídos. No se ven necesariamente mal, algunos hasta son guapos, pero es inevitable que su aspecto y su mirada denoten que andan por otro espacio, descifrando otras realidades que no siempre se ajustan o ensamblan con lo que pasa en la tierra. Ellos andan por arriba, altos.

En el caso de las mujeres el peligro reside en que se vuelvan feas. Fruncen el seño, achinan los ojos, piensan demasiado, se dejan invadir por las obsesiones más variadas y terribles. Por mucho que lo intenten rara vez logran amalgamar los quehaceres domésticos y la maternidad con ella… Madre superior, poderosa y exigente, de origen artístico y violento. Ella la que abraza lindo y ahorca fuerte, la que vibra en una danza que va del pecho a la mano, de las lágrimas al infinito. Paradójicamente tiene más hijos que el mismísimo Dios. Los encuentra perdidos u ordenados, con resfríos y sueños, sucesos, hambre. Los rescata, los convierte en reales vengan de donde vengan.

Ella puede tallar almas, cambiar voces, erradicar prejuicios, venerar la maldad o la lujuria. Palpita a la espera de que sus presas la reinventen. Ellos no la eligen, simplemente no podrían hacer otra cosa. Por eso no es extraño encontrarlos, sean hombres o mujeres, abstemios o borrachos, abrazados a una cintura que no se ve, derramando carcajadas que suenan como aplausos o llantos de bebés.

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