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Monday, November 22, 2010
Antes le temía a la muerte. Creo que mi madre me influenciaba bastante, me transmitía sus miedos.
Crecí, mi madre se fue, y todo cambió. Considero –cabalmente – a la muerte como parte de la vida. Ahora les temo muchísimo más a las enfermedades y a los dolores intensos, tanto físicos como espirituales.
Quisiera ahorrarles mi muerte a mis hijas y a mi marido, pero elijo una y mil veces ser la primera en irme. La muerte es dolorosa para los vivos, en relación a la vida, pero en sí misma la imagino tan indolora como mágica.
Cambiar de estado, de espacio, de envase. Cambiar, no vivir, o vivir diferente, quién sabe. Tal vez saludar a quienes supimos llorar, tal vez ver caras casi olvidadas que no nos provoquen mayor gusto. Quizás se trate de descansar, de dejarse llevar…
El placer de ser alma, espíritu, nube, cielo, tierra por qué no…
Fantaseo con lo incorpóreo, lo intangible, lo etéreo. Todas las imágenes me resultan bonitas, aunque por ahora prefiero no comprobarlas ni saber cuán en lo cierto estoy o no estoy. Porque es aquí donde sí estoy, donde vivo, donde duermo, donde amo y escribo. Aquí, hoy, ahora. Rezo, cuento, espero, juego, enumero, me repito.
Y en mis hijas también soy, tan chiquitas y acariciables, perfectas compañeras, dependientes, risueñas.
Y Diego, el mate, la casa, y el sabor a vida. Sea como sea – todo, la muerte y el después – esto, todo esto, no quisiera abandonarlo por nada del mundo entero.
Afuera, no muy lejos, es tiempo de llorar. Por dentro el viento, y algunas nubes, y ventanas en las que se posan las palomas.
Lo interno no se opone a lo externo, hablan mis dos personas, contestan cosas diferentes, sobre asuntos por los que nadie les pregunta. Ansían comprensión, se rigen por el romanticismo, necesitan comer y comprarse libros. Son mías, son yo.
Gusto a mate en la boca que poco besa. Marcas en una cara que se muestra libre, blanca, entre miles de pelos marrones largos y despeinados.
Invito al miedo a salir. Él prefiere el día, cree que allí todo puede verse. Yo busco la noche, los sueños, la inspiración, el misterio. Una de ellas, una de mí, vestida con ropa vieja, se ríe de la otra que llora por todo lo que no puede hacer ni comprar.
Si me preguntan – cosa que hacen a menudo – yo les digo que las dos tienen toda la razón. Una se queja de que eso es imposible. La otra aprovecha y lee.
Lo interno no se opone a lo externo, hablan mis dos personas, contestan cosas diferentes, sobre asuntos por los que nadie les pregunta. Ansían comprensión, se rigen por el romanticismo, necesitan comer y comprarse libros. Son mías, son yo.
Gusto a mate en la boca que poco besa. Marcas en una cara que se muestra libre, blanca, entre miles de pelos marrones largos y despeinados.
Invito al miedo a salir. Él prefiere el día, cree que allí todo puede verse. Yo busco la noche, los sueños, la inspiración, el misterio. Una de ellas, una de mí, vestida con ropa vieja, se ríe de la otra que llora por todo lo que no puede hacer ni comprar.
Si me preguntan – cosa que hacen a menudo – yo les digo que las dos tienen toda la razón. Una se queja de que eso es imposible. La otra aprovecha y lee.
Thursday, November 18, 2010
Garrapiñada de dudosa procedencia y antigüedad. El que la vende tiene el pelo blanco y pocos dientes. Su aliento también es sospechoso. Pero estoy antojado, ese aroma me seduce desde siempre. Compro y devoro, soy un tipo valiente. Llego a casa y cuando voy a lavarme los dientes advierto que me faltan cuatro. Me río.
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Peli con pochoclo, mi placer. Hago ruidos molestos, lo sé. Provoco a conciencia las puteadas del tipo de atrás. En la última escena, la del beso, se me sale un pedo. Pese a que me disculpo, el tipo se me tira encima, enardecido. Me pega hasta dejarme tirado sobre mis pochoclos manchados de sangre.
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Hay momentos del mes en los que tengo panza. Este es uno. Decido andar con un cartel explicativo colgado de mi pecho, el mismo dice “Es hormonal. Juro que es hormonal”. Pero la gente me ignora, cada uno se preocupa por su panza.
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Peli con pochoclo, mi placer. Hago ruidos molestos, lo sé. Provoco a conciencia las puteadas del tipo de atrás. En la última escena, la del beso, se me sale un pedo. Pese a que me disculpo, el tipo se me tira encima, enardecido. Me pega hasta dejarme tirado sobre mis pochoclos manchados de sangre.
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Hay momentos del mes en los que tengo panza. Este es uno. Decido andar con un cartel explicativo colgado de mi pecho, el mismo dice “Es hormonal. Juro que es hormonal”. Pero la gente me ignora, cada uno se preocupa por su panza.
Wednesday, November 17, 2010
corren como nubes
debajo de pájaros
pisando tierrita
son la incredulidad
el sol
lo curioso
los ojos también se apuran
comen y beben
cruzan
llegan
tocan
fueron pensadas mejores
más felices
sueltas
criadas en la medida infinita de la libertad
yo soy el pecho y el hombro
y corro los pelos y nos apretamos
dentro de la cartera de papeles y caramelos
los estallidos del fin del día
pero también la serenidad
ya basta
(súplicas)
ya no
nos despedimos del cielo
nadie adivinaría que mi color existió
esta mañana
en ellas
en sus ojos indecibles
en secreto
debajo de pájaros
pisando tierrita
son la incredulidad
el sol
lo curioso
los ojos también se apuran
comen y beben
cruzan
llegan
tocan
fueron pensadas mejores
más felices
sueltas
criadas en la medida infinita de la libertad
yo soy el pecho y el hombro
y corro los pelos y nos apretamos
dentro de la cartera de papeles y caramelos
los estallidos del fin del día
pero también la serenidad
ya basta
(súplicas)
ya no
nos despedimos del cielo
nadie adivinaría que mi color existió
esta mañana
en ellas
en sus ojos indecibles
en secreto
Tres de la tarde. Vista al cielo celeste que lastima la vista y alegra otras muchas partes por lo abierto, por lo inmenso. Supongo que en algún momento habrá que podar aquel árbol que nace en la vereda y se asoma por detrás del techo. Crece, alto, verde. Hay misiones que aunque sé que no lo son, las creo imposibles. Treparse hasta allí sería una, hacer mucha fuerza otra, romper maderas, construir casas… Uff…
Durante mucho tiempo también creí difícil volver a confiar en Dios, o separarme de algunos novios y vínculos intensos, o terminar un cuento emocionada y satisfecha. Alguna vez también creí imposible dejar de ver a algunas personas tan queridas. Tanto de lo imposible es hoy mi presente. Tanto presente era ayer lo imposible. Casilleros más, realidades menos, la vida en constante mutación, y las palabras risueñas, inocentes, naturales.
Siempre me sentí capaz de criar hijos y libros, desde niña. No disfruto no ser la hija de nadie, ser y sentirme paria, una perdida solitaria y triste en un mundo demasiado desquiciado como para andar si carpa ni sombrero ni papás, pero hay cosas que nos tocan. No creo que seamos responsables de todo, creo en el destino, en el azar, en la virgen y en algunos muertos, pero en lo que más creo es en mí.
Alguna vez me gustó provocar al mundo con frases del tipo de “el suicidio es un acto de cobardía”. Creo que somos nosotros quienes nos vamos generando las limitaciones. No comprendo por qué hay cosas que no se hablan, o por qué no siempre podemos decir lo que pensamos si a veces, queriendo complacer, herimos y queriendo herir, halagamos. Creo que no somos los mismos jamás, que cada circunstancia y compañía nos modifica hasta el tono de voz y nos lleva a comportarnos de maneras que hasta hacía un segundo nos eran completamente ajenas, impensadas. Más de una vez me pregunté si es posible que las particularidades de nuestra personalidad tengan vida propia, generando que a veces nos convenga tenerlas y a veces sea lo peor que nos puede pasar.
La comparación/metáfora con el camaleón siempre es afortunada. Los animales han sido, son y serán bien generosos con su aporte a la comunicación del hombre. Hoy me siento… ¿leona?. No, sapo.
Durante mucho tiempo también creí difícil volver a confiar en Dios, o separarme de algunos novios y vínculos intensos, o terminar un cuento emocionada y satisfecha. Alguna vez también creí imposible dejar de ver a algunas personas tan queridas. Tanto de lo imposible es hoy mi presente. Tanto presente era ayer lo imposible. Casilleros más, realidades menos, la vida en constante mutación, y las palabras risueñas, inocentes, naturales.
Siempre me sentí capaz de criar hijos y libros, desde niña. No disfruto no ser la hija de nadie, ser y sentirme paria, una perdida solitaria y triste en un mundo demasiado desquiciado como para andar si carpa ni sombrero ni papás, pero hay cosas que nos tocan. No creo que seamos responsables de todo, creo en el destino, en el azar, en la virgen y en algunos muertos, pero en lo que más creo es en mí.
Alguna vez me gustó provocar al mundo con frases del tipo de “el suicidio es un acto de cobardía”. Creo que somos nosotros quienes nos vamos generando las limitaciones. No comprendo por qué hay cosas que no se hablan, o por qué no siempre podemos decir lo que pensamos si a veces, queriendo complacer, herimos y queriendo herir, halagamos. Creo que no somos los mismos jamás, que cada circunstancia y compañía nos modifica hasta el tono de voz y nos lleva a comportarnos de maneras que hasta hacía un segundo nos eran completamente ajenas, impensadas. Más de una vez me pregunté si es posible que las particularidades de nuestra personalidad tengan vida propia, generando que a veces nos convenga tenerlas y a veces sea lo peor que nos puede pasar.
La comparación/metáfora con el camaleón siempre es afortunada. Los animales han sido, son y serán bien generosos con su aporte a la comunicación del hombre. Hoy me siento… ¿leona?. No, sapo.
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