Un rincón de mí que a veces es siniestro se agiganta durante los insomnios.
Se lo debo al miedo en parte, pero sólo en parte.
Reculo, voy hacia atrás, y saco humo por mi boca.
Humo de culpa y cargo. Por mi culpa por mi culpa por mi gran culpa. Y ese Dios que se supone siempre me perdona.
Veloces son los pensamientos, siempre más que las palabras.
La lucha entre ellos es sanguínea, y real, más real que ésta noche igual a tantas otras.
Hay días y noches que se repiten, que reviven para hacer algo que siempre queda pendiente. Esos nunca y los mil siempre. No hay escapatoria.
La parte idiota de lo que soy. La parte que piensa y la parte que dice.
Las partes que se dividen en sus partes. No al juego de palabras. No a la discriminación. No a los ojos cerrados y a la llave que se pierde y a las mentiras piadosas. No y no. Ya estamos grandes para hacer algunos trucos. Te saco la nariz, me corto el dedo. Ya no porque todavía no llueve y el silencio. Nubes oscuras que asustan niños. Cuánto y cuál viene a ser el silencio que no hace ruido, dónde está, por qué me huye...
Un auto pasa, sé que es un taxi, su sonido me lleva a los deseos. Deseos de escribir, de hacer, de inventar lo que haga falta. Me rasco más que otras veces el ojo izquierdo rodeado de morado. La piel es de otra mujer, de otra más alta y segura. El ojo es mío.
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