Recomiendo leer previamente "Carta a una señorita en Paris" de Julio Cortázar.
Es de mañana, son cerca de las ocho y media, llueve, y acabo de vomitar un conejito.
Estaba en el baño haciendo el primer pis del día, ese que te provoca más escalofríos que ningún otro, cuando de repente sentí aquella sensación inmejorablemente descripta por El Gran Julio y supe fehacientemente que vomitaría un conejito. No podía tratarse de otro tipo de animal ni de ninguna otra reacción física. No. Era, nada más y nada menos, que estaba a punto de vomitar un conejito por primera vez en mi vida. Y así fue, lo hice. Lo vomité. Vomité un conejito blanco y esponjoso.
Siempre que leí “Carta a una señorita en París” me quedé saboreando la belleza que me provocaba la combinación entre lo relatado por el autor admirado y mi percepción personal que, como se supone lógico, se condensaba dentro de mi boca, sobretodo entre mi lengua y mi garganta, dos bienes, por cierto, muy preciados para mí.
Pero esta mañana advirtiendo una vez más que lo irreal puede cobrar dimensiones reales y hasta incluso lógicas y evidentes, y aún así no pudiendo dar crédito de lo experimentado, sentí, además de suavidad en la garganta y cosquillas en la lengua, mucho pero mucho miedo, y extrañeza, y miedo y extrañeza juntos. Por un instante quise creer que era una señal de Dios que me estaba dando la bienvenida al mundo de los escritores y alguna otra estupidez por el estilo, pero enseguida descarté esa y cualquier otra teoría absurda ya que lo supuestamente absurdo se había convertido en lo real, en lo tangible, en el presente mismo de mi vida y de mi ser. Y entonces, poéticamente, sobre mi mano el pequeño conejito blanco (suave, dulce, cariñoso y juguetón como cualquier cachorro) me dedicaba su primera mirada, esa que le damos sin excepción a la madre, esa tan importante, tierna, primera, única, irrepetible... Entonces supe que todo había cambiado y que esa entrada al baño fingidamente igual a la de todos los días era muy diferente, un hecho tan único, irrepetible e inminente como un nacimiento.
Salir del baño y contarle a la familia lo sucedido desde ya hubiera sido – aún lo sería – un acto de cobardía. Debía – debo – hacerme cargo estrictamente sola de lo sucedido en mi cuerpo y en mi vida. Nadie tiene que saberlo jamás.
“Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad”
En este momento el conejito, mi conejito, el que yo vomité (creo sentir también algo similar al orgullo) se está dejando llevar por el agua de los caños que viajan subterráneamente desde mi casa hasta converger en un agua general, en “el agua de todos” como dicen los del noticiero. Y si hay algo que me haría bien decir es que sé perfectamente que los conejitos no nadan y que los caños apenas si dejan lugar para la basura y el excremento “de todos”, pero aún así sé que mi conejito se está dejando llevar por el agua, mi pis de esta mañana, y demás fluidos que para qué detallar. Sus diez hermanos (en total siempre son y serán once) nadan en mi vientre con la intención de nacer lo más pronto posible. Siento nauseas y junto a ellas un irrefrenable miedo al cambio, a la nueva realidad irreal a la que, vaya uno a saber por qué, me está exponiendo la vida.
“Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota de ritmo que nos ayuda a vivir”
No puedo salir de baño, no puedo cerrar el libro, no puedo dejar de leer ese cuento, y no puedo seguir vomitando conejitos por más lindos que sean. Pero qué lindos son, y qué suaves. Quien pudiera cuidar de ellos dentro de un departamento... quien pudiera...
Es claro que no lo maté, ni al primero ni a sus hermanos, y también es claro que en mis palabras escondo mentiras y conejitos, conejos y mentiritas que crecen, todos, uno a uno, junto con mi desdicha.
“...ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos...”
Y sí, el final es conocido y es vano intentar una copia indefectiblemente peor. Lo único que varía es el sexo del cuerpo que ocupará más atención que esos diabólicos monstruitos casi todos blancos, casi ninguno mío.
Miércoles 31 de Mayo de 2006
Estaba en el baño haciendo el primer pis del día, ese que te provoca más escalofríos que ningún otro, cuando de repente sentí aquella sensación inmejorablemente descripta por El Gran Julio y supe fehacientemente que vomitaría un conejito. No podía tratarse de otro tipo de animal ni de ninguna otra reacción física. No. Era, nada más y nada menos, que estaba a punto de vomitar un conejito por primera vez en mi vida. Y así fue, lo hice. Lo vomité. Vomité un conejito blanco y esponjoso.
Siempre que leí “Carta a una señorita en París” me quedé saboreando la belleza que me provocaba la combinación entre lo relatado por el autor admirado y mi percepción personal que, como se supone lógico, se condensaba dentro de mi boca, sobretodo entre mi lengua y mi garganta, dos bienes, por cierto, muy preciados para mí.
Pero esta mañana advirtiendo una vez más que lo irreal puede cobrar dimensiones reales y hasta incluso lógicas y evidentes, y aún así no pudiendo dar crédito de lo experimentado, sentí, además de suavidad en la garganta y cosquillas en la lengua, mucho pero mucho miedo, y extrañeza, y miedo y extrañeza juntos. Por un instante quise creer que era una señal de Dios que me estaba dando la bienvenida al mundo de los escritores y alguna otra estupidez por el estilo, pero enseguida descarté esa y cualquier otra teoría absurda ya que lo supuestamente absurdo se había convertido en lo real, en lo tangible, en el presente mismo de mi vida y de mi ser. Y entonces, poéticamente, sobre mi mano el pequeño conejito blanco (suave, dulce, cariñoso y juguetón como cualquier cachorro) me dedicaba su primera mirada, esa que le damos sin excepción a la madre, esa tan importante, tierna, primera, única, irrepetible... Entonces supe que todo había cambiado y que esa entrada al baño fingidamente igual a la de todos los días era muy diferente, un hecho tan único, irrepetible e inminente como un nacimiento.
Salir del baño y contarle a la familia lo sucedido desde ya hubiera sido – aún lo sería – un acto de cobardía. Debía – debo – hacerme cargo estrictamente sola de lo sucedido en mi cuerpo y en mi vida. Nadie tiene que saberlo jamás.
“Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad”
En este momento el conejito, mi conejito, el que yo vomité (creo sentir también algo similar al orgullo) se está dejando llevar por el agua de los caños que viajan subterráneamente desde mi casa hasta converger en un agua general, en “el agua de todos” como dicen los del noticiero. Y si hay algo que me haría bien decir es que sé perfectamente que los conejitos no nadan y que los caños apenas si dejan lugar para la basura y el excremento “de todos”, pero aún así sé que mi conejito se está dejando llevar por el agua, mi pis de esta mañana, y demás fluidos que para qué detallar. Sus diez hermanos (en total siempre son y serán once) nadan en mi vientre con la intención de nacer lo más pronto posible. Siento nauseas y junto a ellas un irrefrenable miedo al cambio, a la nueva realidad irreal a la que, vaya uno a saber por qué, me está exponiendo la vida.
“Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota de ritmo que nos ayuda a vivir”
No puedo salir de baño, no puedo cerrar el libro, no puedo dejar de leer ese cuento, y no puedo seguir vomitando conejitos por más lindos que sean. Pero qué lindos son, y qué suaves. Quien pudiera cuidar de ellos dentro de un departamento... quien pudiera...
Es claro que no lo maté, ni al primero ni a sus hermanos, y también es claro que en mis palabras escondo mentiras y conejitos, conejos y mentiritas que crecen, todos, uno a uno, junto con mi desdicha.
“...ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos...”
Y sí, el final es conocido y es vano intentar una copia indefectiblemente peor. Lo único que varía es el sexo del cuerpo que ocupará más atención que esos diabólicos monstruitos casi todos blancos, casi ninguno mío.
Miércoles 31 de Mayo de 2006
1 comment:
Amiga! Felicitaciones por tu nuevo bloGG. Bienvenida al mundo bloguero! Ahora quizá sientas como yo, que creía que me regalaba un bloGG y luego me di cuenta que me regalaba la obligación de escribir más a menos a ritmos regulares. Medio como eso de los relojes que cuenta el Julio ése que citás vos.
Muchos besos como siempre, y obbbbbio que YA te pongo YA MISMO YA en mi lista de blogs de mi bloGG YA YA. Adio!
Post a Comment