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Thursday, June 29, 2006

No-Poesía


Cuando escribo poesía – suceso nada frecuente – siento que recorro mis bordes como si fueran los de un libro preciado que no acabo nunca de elegir y en consecuencia de leer.

¿Y si yo de verdad no quiero saberlo todo sobre mí?
¿Si ésta vez es en serio que busco algo diferente?

Pero claro que nadie me escucha ni nadie me lee. Y será tal vez porque lo de poeta no me sienta; cuentista, ojalá alguna vez novelista pero poeta... poeta no.

Esa carga, ese amor desmesurado y esa emocionalidad sonante y pesada y la imagen del que cae rendido a altas horas en los bares y escribe una frase que resume a la perfección la pesadumbres de los hombres o el amor extremo que grita y siente su alma y...

Y digo “no” aunque todo eso sea mentira. Y digo “no” aunque nada de eso exista.
Porque ESO igual seguro que no.

De todos modos nada es tan seguro y menos “en un mundo como este”, como decía mi abuela. Y yo ahora agregaría que tampoco en una casa como esta, ni en un barrio tan demencial y tan lleno de habladurías, ni en una mañana en la que de nuevo, otra vez y otra vez, habrá de enfrentarse a los buenos días, a las buenas tardes, a las buenas noches, y después al pasado con los padres y a la revolución solar y al rato empezamos con que yo, con que vos, y con que nosotros y nuestra historia y la historia de... Resulta agotador.

Me parece que ya no podremos más que sufrir y alegrarnos instintivamente.

Por eso digo – tal vez TE digo – que ando transitando el borde, la solapa que ojalá luzca un cuero espeso que marque mi silueta en un tono rosa viejo, porque ese es mi color de hoy.

Después caerá la noche en la que me abriré como siempre y en la que él – sólo él puede – recorrerá mis ojos con la punta de sus pupilas cuando nos digamos te amo y hasta mañana quizás más veces de lo necesario.

El uno para el otro bajo la oscuridad.

Ahora me abraza el silencio mientras mi voz más íntima susurra letras de canciones viejas hasta que se convierte en un llanto espeso, grande, lindo, sería un buen llanto de poetisa si yo lo fuera.

Al final el llanto y su melodía son siempre la poesía que nunca sé escribir.

Un payaso

En Belgrano hay un payaso que me mira
susurra bajito
“falta tanto para llegar a casa”

Me esperan los gatos
los míos
la tuya
la casa
nuestra.

Somos vos y yo,
y gatos,
y casa,
sólo vos y yo

Vos trabajás,
pones estantes y haces la comida
yo me arreglo para salir y gustarte

Miro el payaso
no tiene alegría
tampoco da miedo
“quiero llorar”
me dice
“llorar y llamarte”, pienso
para que escuches mis lágrimas
y me esperes desnudo
con zapatos más grandes que tus pies

Pasitos


Antes de salir quiero volver
estando fuera no sé llegar,
emprender el regreso
...regresar...

Válgame la vida en los pasos
los que voy dando y los que detengo
Pasos sin música
y de los otros,
...pasitos sin sueños...

Válganme estos pies
feos como la nada
necesarios hasta cansar
cansarme
del cansancio y de sus sombras
allá, detrás de las pisadas errantes
delante de aquel camino a seguir
...los pasos...

Quiero huellas,
marcas anteriores,
ejemplos fraternos y propios,
pasos ajenos, sanguíneos,
válganme los caminos ya recorridos
esos que no dejan lugar
para volver
...ni volvernos...

Pequeñeces


Pequeñeces

junto a mis duendes
miro observo veo
las sombras de lo que fui
las luces de lo que soy

no corro
si camino

vos estás conmigo,
adentro
acá
mirá
tocá

llego a la puerta de tu alma
me abren tus duendes
¡tan infantiles son!
¡tan graciosos son!

me invitan a pasar
me sacan a bailar
bailo paso

bebemos hasta marearnos
y queremos terminar rezando

hoy
los duendes todos morirán lento, lo sé
ahora
y despacio
la eterna muerte vital

mañana
los nuevos abrirán las nuevas puertas,
las del alma que tendremos juntos
vos y yo
mareados
mirando
abriendo

y más duendes

Monday, June 05, 2006

Conejitos


Recomiendo leer previamente "Carta a una señorita en Paris" de Julio Cortázar.

Es de mañana, son cerca de las ocho y media, llueve, y acabo de vomitar un conejito.

Estaba en el baño haciendo el primer pis del día, ese que te provoca más escalofríos que ningún otro, cuando de repente sentí aquella sensación inmejorablemente descripta por El Gran Julio y supe fehacientemente que vomitaría un conejito. No podía tratarse de otro tipo de animal ni de ninguna otra reacción física. No. Era, nada más y nada menos, que estaba a punto de vomitar un conejito por primera vez en mi vida. Y así fue, lo hice. Lo vomité. Vomité un conejito blanco y esponjoso.

Siempre que leí “Carta a una señorita en París” me quedé saboreando la belleza que me provocaba la combinación entre lo relatado por el autor admirado y mi percepción personal que, como se supone lógico, se condensaba dentro de mi boca, sobretodo entre mi lengua y mi garganta, dos bienes, por cierto, muy preciados para mí.

Pero esta mañana advirtiendo una vez más que lo irreal puede cobrar dimensiones reales y hasta incluso lógicas y evidentes, y aún así no pudiendo dar crédito de lo experimentado, sentí, además de suavidad en la garganta y cosquillas en la lengua, mucho pero mucho miedo, y extrañeza, y miedo y extrañeza juntos. Por un instante quise creer que era una señal de Dios que me estaba dando la bienvenida al mundo de los escritores y alguna otra estupidez por el estilo, pero enseguida descarté esa y cualquier otra teoría absurda ya que lo supuestamente absurdo se había convertido en lo real, en lo tangible, en el presente mismo de mi vida y de mi ser. Y entonces, poéticamente, sobre mi mano el pequeño conejito blanco (suave, dulce, cariñoso y juguetón como cualquier cachorro) me dedicaba su primera mirada, esa que le damos sin excepción a la madre, esa tan importante, tierna, primera, única, irrepetible... Entonces supe que todo había cambiado y que esa entrada al baño fingidamente igual a la de todos los días era muy diferente, un hecho tan único, irrepetible e inminente como un nacimiento.

Salir del baño y contarle a la familia lo sucedido desde ya hubiera sido – aún lo sería – un acto de cobardía. Debía – debo – hacerme cargo estrictamente sola de lo sucedido en mi cuerpo y en mi vida. Nadie tiene que saberlo jamás.


“Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad”


En este momento el conejito, mi conejito, el que yo vomité (creo sentir también algo similar al orgullo) se está dejando llevar por el agua de los caños que viajan subterráneamente desde mi casa hasta converger en un agua general, en “el agua de todos” como dicen los del noticiero. Y si hay algo que me haría bien decir es que sé perfectamente que los conejitos no nadan y que los caños apenas si dejan lugar para la basura y el excremento “de todos”, pero aún así sé que mi conejito se está dejando llevar por el agua, mi pis de esta mañana, y demás fluidos que para qué detallar. Sus diez hermanos (en total siempre son y serán once) nadan en mi vientre con la intención de nacer lo más pronto posible. Siento nauseas y junto a ellas un irrefrenable miedo al cambio, a la nueva realidad irreal a la que, vaya uno a saber por qué, me está exponiendo la vida.


“Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota de ritmo que nos ayuda a vivir”


No puedo salir de baño, no puedo cerrar el libro, no puedo dejar de leer ese cuento, y no puedo seguir vomitando conejitos por más lindos que sean. Pero qué lindos son, y qué suaves. Quien pudiera cuidar de ellos dentro de un departamento... quien pudiera...


Es claro que no lo maté, ni al primero ni a sus hermanos, y también es claro que en mis palabras escondo mentiras y conejitos, conejos y mentiritas que crecen, todos, uno a uno, junto con mi desdicha.

“...ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos...”


Y sí, el final es conocido y es vano intentar una copia indefectiblemente peor. Lo único que varía es el sexo del cuerpo que ocupará más atención que esos diabólicos monstruitos casi todos blancos, casi ninguno mío.




Miércoles 31 de Mayo de 2006