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Tuesday, October 14, 2008

éste cuerpo enorme


Me miro sin comprender éste cuerpo enorme, lejano a esas polleras que tan bien supieron lucirse en mí. Mi envase de hoy es una suerte de pariente de algún pantalón que no me cierra ni en pedo. “El milagro es en mí”, susurro en tono de mantra absurdo, y pienso en la belleza diferente, y en lo mágico, y me envuelvo en ese halo romántico que nos da el segundo corazón que nos late adentro. La exclusividad, el pensar que a “ellos” no les pasa y a nosotras sí, lero lero, pero también la rareza por ser la bola que cada vez se hace más redonda como si avanzáramos en la nieve, y el deseo que también cambia, que a veces se pianta o que la manda a dormir a esa otra que hace ya tres años está afuera del cuerpo anteriormente mencionado, y es libre. Orgullosa madre inmensa que ruega por los otros pecadores, ahora y en la hora del nacimiento, amén. Che, y mi vieja que no está. Cada vez que me aparece, últimamente, me sube un espeso reproche convertido en arcada. Es como que no le perdono que se haya ido, que no esté, que no me ayude con la comida o el jardín de infantes, que me haga escribir siempre sobre ella y su ausencia, su ausencia y ella. Debo aburrir a todos con éste discurso melancólico pero les juro que a veces se me va de las manos, del alma se me va... Y entonces a poner el foco en la hija, su vida social, la vida familiar, el marido que huele divinamente por las mañanas, la falta de espacio, la vital necesidad de agenda/orden/cronograma, las enumeraciones, uno, dos, tres, y ayer que por fin nos compramos celulares que andan y sacan fotos y te dicen la hora de Argentina y no la de Pakistán. Crecemos de alguna manera cuando adquirimos esas cosas que nos colocan en un lugar un poco más acorde al de aquellos que nos rodean. Y pese a todo, a esa sensación y a la pertenencia a otros grupos sociales, y a la hija, y a la panza, y al sueño, y a la familia política, y al desgarro insuperable de la orfandad, de a chispas nos parece que nunca fuimos tan pero tan pero tan felices. Y entonces corro, agarro un libro e invento un ejercicio para los alumnos que todavía están en mi mente, que no olvidé, y entonces sin querer me toco una teta y no puedo cerrar los ojos de lo impresionados que están, ¿cuántos van a alimentarse de mí?. Por suerte será una sola, me consuelo, una muy linda, que no me va a dejar leer por no quitarle la vista de encima, de sus ojitos, de su pelito, de la maravilla, del amor que va a reventar a la ausencia de mamá. Es mentira, pero qué buena es a veces la mentira... Ángela se llama mi nueva hija que viene a ser la hermana de esa otra que me hace saltar del amor a la falta de paciencia en un segundo. Ayer, entre las pelotas de colores, y el sábado, perdida en medio de sus amigos, qué feliz me hizo, qué feliz es, cuánto amor me da. Hoy he comido sin parar, la ansiedad del milagro, y después el mate que me calma, una especie de saciedad que no es culposa porque lo tomo sin azúcar y sin intención de generarme pensamientos concretos y mucho menos coherentes, inteligentes o legibles. Qué fea es la palabra “legible”, hoy me suena peor que nunca.

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