Hay épocas en la vida en las que uno se convierte en alguien faltante, ausente. Hay otras, claro, en las que sucede todo lo contrario: se está en cuanto lugar físico o espiritual se quiere estar. Y hay una tercera variante: momentos en los que suceden ambas cosas al mismo tiempo. Justamente, de lo que quiero hablar, es de ese poder que nos permite estar en varios lados a la vez, desarrollado mayormente por las mujeres pero imitado, en algunos casos con logros destacables, por hombres indefectiblemente inteligentes.
Yo hace unas semanas que estoy aquí para no estar allá, que falto a A para asistir a B, que río de todo para llorar por nada, que juego a decir pero elijo callar... Pero basta, no quiero que este texto pueda confundirse con una canción de Sabina; lo que sí quiero es manifestar mi admiración hacia el género humano que cuenta con el poder de vivir varias vidas dentro de la única que tiene, de estar en varios lados a la vez, de ser partícipe de la vida de otras personas que se encuentran en cualquier lado.
La semana pasada no asistí a ninguna de las clases que tomo, no obstante fui a la psicóloga y dicté mis tallercitos, pero el cansancio y la falta de tiempo – siempre la falta de tiempo – hicieron que yo no estuviera en varios lados, que fuera “la ausente” de la semana. Pero esos espacios de ausencia aparente yo estaba presente en otros espacios que tenían que ver, en este caso, con la organización del primer cumpleaños de mi hija. Entonces si se le pregunta a alguien que los martes por la mañana acostumbra verme dirá que ese martes por la mañana extrañamente no me vio, pero si se le pregunta a alguien que jamás me ve los martes por la mañana dirá que sí, que es la primera vez que me ve un martes por la mañana, y quien sabe quizás hasta diga que le dio gusto verme. Ausente y presente, presente y ausente, y sin trucos de magia.
Una vez, un amigo llamado Pablo, quien además de llevar una vida libertina plagada de excesos coordinaba grupos de jóvenes que querían confirmarse en la fe cristiana, dijo algo que me gustó: “Así como Jesús está siempre entre los que lo nombran, tanto yo como mis amigos estaremos siempre que alguno de nosotros abra una cerveza”. Y ese es el punto. Hace años que no veo a Pablo y a la mayoría de los integrantes de aquella banda, pero cada vez que se abre una cerveza me acuerdo de esas palabras, y de ellos, y de un montón de anécdotas que son muchas y por ende, no siempre son las mismas.
Y aprovechando que me puse algo mística hacia el final, voy a terminar mencionando a mi mamá que hace más de siete años dejó de pertenecer a éste mundo de vivos presentes para convertirse en algo supuestamente ausente, algo de lo que no se sabe casi nada, pero que así y todo nunca ha dejado de estar conmigo, cuidando de mis pasos y ayudándome tanto... Y éstos días en los que se celebra mi primer año de madre, en los que está tan en mí, en los que la extraño más que de costumbre, ella está conmigo.
Y ya está, eso es todo lo que quiero decir: hay que tener presente que aún cuando estemos ausentes podremos estar presentes. No me gusta cómo lo dije, pero va a quedar así porque me tengo que ir, porque tengo que ausentarme, sí, justo ahora que me estás leyendo...
http://es.wix.com/website-template/view/html/689?originUrl=http%3A%2F%2Fes.wix.com%2Fwebsite%2Ftemplates%2Fhtml%2Fall%2F6&bookName=create-master-current-241213&galleryDocIndex=3&category=all
Thursday, October 19, 2006
Monday, October 02, 2006
Lo que pasa: hay un instante diario en el que pienso en mí. Es sólo uno.
El procedimiento (1): agacho la cabeza tratando de no torcer ni siquiera la primera parte de mi espalda, y luego me miro con concentración el ombligo.
(Salvedad: no siempre está del todo limpio)
El procedimiento (2): levanto lo que bajé sintiendo los pelos que se acomodan diferente sobre mi nuca, y una vez llegado el final me limito a pensar lo siguiente:
Soy Yo. Soy Yo. Soy Yo. Sé que Soy Yo.
El durante: me río para seguir pensándome como alguien tan propio como ajeno, como un ser con nuca, espalda, cabeza y ombligo. Pienso que sí, que soy yo, y ahí es cuando siento que ya puedo volver al mundo, a relacionarme con la gente, a andar por la calle sin silbar.
El después: en la conversación banal con el verdulero o en la profunda y nocturna que se suscita siempre sobre el colchón, me recuerdo, pero la imagen no siempre es nítida ni es mía, y una vez llegado el final me limito a pensar lo siguiente:
No sé. No sé. No sé. No sé quién soy.
El final: duermo hasta el día siguiente sobre las lágrimas densas y más propias que todo lo otro que pueda tener.
La esperanza: encontrarme en el instante íntimo del mañana.
El Gran Temor: volver a escribir lo mismo. Lo mismo. Lo mismo.
Subscribe to:
Posts (Atom)