Adorada gente mía:
>
> Gracias a todos los que mandaron mails por las fiestas, es muy meritorio que
> hayan encontrado un hueco para tal fin en los agitados días del mes de
> diciembre. Gracias a todos los que no enviaron nada porque seguro tuvieron
> las ganas pero no pudieron. Gracias a los amigos que veo siempre porque eso
> significa que nos queremos. Gracias a los que veo poco porque eso no
> significa nada. Gracias a las primas por estar siempre cerca llenando de
> risas infantiles y abrazos de hermandad mi transcurso por la vida. Gracias
> Tini y Santi por ser los sobrinos más lindos y buenos del mundo. Gracias a
> los suegros por ser tan generosos y los mejores abuelos. Gracias a Elcira
> por tanto. Gracias Ivi por ser tan linda. Gracias Gasti por ser mi
> hermano. Gracias Vivi y Daniel por los momentos compartidos. Gracias Vicky
> por ser mi gran amiga y la madrina de mi niña. Gracias Guada por tus
> rulitos y tus saltitos y tus risitas. Gracias a la familia de Innocentiis
> por todo su amor. Gracias a los literatos por amar lo mismo que yo.
> Gracias a Paula por la ropa, la cama, los mates, los chusmeríos y todos los
> instantes compartidos. Gracias a las mamás y piojos del jardín por haberse
> colado en mi corazón. Gracias a los espisúa por ser amigos de la casa.
> Gracias Mechi por dejarte quebrar por mi nena. Gracias Agus por haberme
> dejado ser parte de tu cumple y por dejarme siempre ser parte de tu vida.
> Gracias Ceci por estar incondicionalmente. Gracias Sil por tenernos siempre
> en cuenta. Gracias Juan por tantas cosas tan llenas de letras. Gracias
> Lopez por hacernos sentir queridos a pesar de los kilómetros. Gracias
> Marianita por escribirme esos mails. Gracias Nico, Mari y Santi por ser tan
> bonitos. Gracias a mis amigas con las que ya no nos tomamos aquellos vinos.
> Gracias Pato por las confesiones, catarsis y halagos compartidos. Gracias
> Beker por seguir esperando mi carta. Y a ustedes, Diego y Violeta gracias
> por alegrar mi vida a fuerza de caprichos, corridas, risas, apretones,
> palabras, canciones y tanto pero tanto amor, son lo que más amo en el
> mundo...
>
> Así que feliz Navidad para todos y gracias otra vez y siempre.
>
> Los quiero mucho,
>
> Maca
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Thursday, December 27, 2007
Wednesday, December 05, 2007
Balance
Viste cómo soy: nunca puedo evitar los balances teñidos de rojo y verde con los brillos plateados y las lucecitas de colores intermitentes que me contengo de comprar en el “Todo por dos pesos” en el que, dicho sea de paso, nada vale dos pesos. Y desde ya en la Navidad el infaltable recuerdo del pajarito más feo del mundo que canturreaba hasta que sus pilas se fueron a contaminar el medio ambiente. Ahora que veo noticieros me entero de los crímenes irresolutos, de los niños que siguen muriendo de hambre, y hasta de que los presidentes cambian a fuerza de cirugías estéticas y labios inflados de algo que se llama botox. Moneda corriente, parece ser. ¿Yo?, bien, avejentada en mis treinta no tanto por las marcas de alrededor de los ojos que quedaron en un segundo plano. No. Esas tanto tanto no me molestan. A mí me molestan las otras, las del tiempo casi real, las espirituales, esas que no cicatrizan (las turras, las malas, las ensañaditas).
Y como quien no quiere la cosa se me dio por volver a aquellos seres impersonales, sanguíneos, tan empecinada, obstinada y firme como siempre en mi misión de encontrar razones en la demencia. Así como lo escuchás, che. Vender, comprar, heredar, intentar un diálogo... Pero no es posible. Igual, ojo, creo que ya entendí. Creo, mirá si no...
“Chicos, chicos, vengan, escuchen:
La locura ahora es la madre que perdimos.
¿No les parece horrendo?”.
No. Ni en eso el acuerdo.
Un rostro inmejorable me sonríe, me canta, me hace soñar, escribir apurada, sentirme útil, mujer, demasiado ocupada. La velocidad del tiempo no me gusta. En el jardín, sentada al sol los pocos segundos que lo tolero, me recuerdo también a mí, a la que era con los dientes más desparejos o incluso con los anteriores, con esos dichosos blancuzcos que no preocupaban. Pero tanto que tanto nos me pasó, y ojo que no hablo del agua porque lejos estoy siempre de los puentes y lo que es peor, de los arroyos.
Siempre hablamos de otra cosa así como también siempre necesitamos más agua.
Por eso la ilusión de un futuro natural me hace llorar. Lo veo tan difícil como la comprensión de mi hartazgo y también la de los grandes temas, de mis enormes ausencias, de mis tantos y repetidos duelos que no cesan. Y me visto de negro pensando en que ha de ser en parte por eso. Y veo una música y escucho un teatro y tiemblo soñando con que algún día me sintetizaré por fin en un libro que generará otro y otros y otros. Eso si lo sé, esa sí es una certeza que encima puedo disfrutar. Y cuando mi hija no me copie más, y cuando se enoje conmigo y sienta la vergüenza de los hijos crecidos e inteligentes, lloraré más que hoy, más que ahora, eso también lo sé pero no lo disfruto.
Un marido que trabaja y una mujer que a veces soy yo reclamando y exigiendo. Ingratamente cansada del espacio imposible, de los muebles antiguos y de siempre. Se han ordenado así los papeles mientras la pollera floreada ayuda a que me miren y me halaguen por la calle sin saber que antes era más linda pero menos tantas otras cosas.
La flameante primavera con el verano prometedor . Preparar la mochila, leer el cuaderno de comunicados, encontrar el equilibrio de los límites. La hora maldita de bajar las persianas; el desenlace del día. La noche de a tres. Me pongo crema, mando besos, y en el medio escribo furtivamente, como loca, desquiciada, como la que necesito ser.
(¿Sabés que a veces no me doy cuenta y salgo a la calle con la cara pintada de témpera?)
Mencionar, mencionarme, buscar y buscarme: la contractura feroz con la que mi cuerpo me avisa la catástrofe del cansancio. Pará, es tan fácil la recomendación. Fin de año. Pará un poco, descansá. ¡Ay, si pudiera!. Las noches se apilan sin sexo como los bloques de madera, las torres, los castillos y esas muñecas que han vuelto a nacer en su segunda vida, con historia mejor, con dueña preciosa.
“Saco una manito la hago bailar, la cierro la abro y la vuelvo a guardar”
Y ella... Ella que acomoda las sillitas rosadas y finge que tiene más gente a su alrededor (¿o acaso la tiene?). Ella que se tira agua encima del cuerpo de piel más que suave y me invita una y otra vez a ser su amiguita.
“Ahora si, a ver qué lindo, ¡muy bien!, ahora no, estoy ocupada, estoy cocinando, dejame escribir, no te vayas, decile a la señora cómo te llamás, quedate conmigo, te amo, cuidame, no, no me cuides, yo te tengo que cuidar, a los amigos no se les pega, hay que com-par-tir, te cuido, estás paspada, estás pintada, estás sucia, qué linda sos despeinada, poco pelo, los ojos más halagados de Dios, risa falsa, tus grititos cada vez más fuertes y agudos, nunca fui tan feliz, tu caca no me da asco, nunca amé tanto a alguien, y en tu detrás y en cada rincón quedate tranquila que estoy yo, tu madre más judía que nunca”.
Yo
Convertida más en madre que en mí misma, pá qué te voy a mentir, y encima el miedo de perder en cada latido, con el humo que me roza de costado, que me tienta, con la comida, el pueblo, las compras, (porque acá la carne es mejor y allá el tomate es más rojo), la sopa de verduras natural, la falta de calditos, esa voz que dice “señora hay que comprar líquido para los muebles de madera” que me deja imaginar una morena que me limpia la casa y hace disparar los corazones de los policías y obreros de mi barrio. El teléfono, el jardín de infantes, el jardinero, el sodero, la depiladora, el diarero, el pediatra, los chiches, la familia política, la batalla del movimiento, los hermanos elegidos, las comidas, los eventos, los globos, los vestidos blancos, las cien películas no vistas, todo lo que ya no se fuma, las tres horas de pre-jardín. Y en el medio la tele que incluso apagada muestra a un tipo macabro que se sigue metiendo alfajores en la boca para burlarse de la gente. “En casa no se ve esa mierda”, dice la voz cerrada del nuevo jefe de hogar. No, en casa nada de mierda, por eso el baño clausurado.
Las amigas que recomiendan salir de casa. Las solteras que no entienden. Las casadas con las que las quejas se convierten en canciones y llantos. Nosotras, ellas, las nuevas y las viejas tan pero tan joviales y salidoras. Consejos al por mayor, pasen y vean, es todo carísimo. Alumnos y profesores, una psicóloga, enseñar y ser bien enseñada y mal aprendida. Mis novelas inéditas, las que todavía no sé que voy a escribir. Las demandas de la abuela generosa. El futuro de heredera. Él en su silencio. Menor cantidad de deseo. Me arreglo para su llegada. Me pinto los ojos a la noche. Me pongo perfume. Pido que me saquen a pasear y me compren chocolates. Las obligaciones sociales, el no parar, el uno dos y tres. Y ahora respiren profundo y vayan abriendo los ojos porque la clase terminó.
Y sí viste, ser mamá te cambia la vida, sobre todo las prioridades y la sensibilidad. ¿Yo?, ya tres días de la madre, gracias, y también navidades felices siempre excesivas mereciendo la nunca suficiente gratitud. Y riendo a carcajadas pienso en las preguntas que ya no podré hacerle a mi madre, las que no quiero que me conteste mi padre, los interrogantes, el dolor que mata y quema desde la garganta hasta los riñones. La felicidad que cura. Los cumpleaños infantiles, presupuesto de sonrisas y juguetes. Las enfermedades, los problemas de adultos que tenemos nosotros los niños. Pocos secretos, amor por mi hombre, dudas y muchas más ganas que concreciones. La alianza que beso a diario de aquel casamiento que pasó hace mil años, un viernes. La gente que pregunta “¿y el segundo para cuando?”, y vos que querés pensar que te hablan de un televisor.
Mi hoy feliz, mi soledad, mi maternidad, mi matrimonio, mi no casa, la velas nuevas que no me compro, el sueño de un verdadero cuarto de la nena recién pintado y yo que desde ahora te doy mi palabra: nunca más voy a ir al velorio con un muerto a la vista tan amarillo. No deseo encontrarme más con mi entonces y mi alerta y una banda de tíos y primos con sus caras deformadas por el tiempo y el alcohol. La inmensa hipocresía que quizás no lo es tanto porque al fin y al cabo, pienso, cada uno hace lo que puede con su vida.
Pero por suerte casi siempre hay alguien que tiene mi mejor cara y que se apiada de mí alguna noche y me entrega mi nombre escrito con linda letra sobre un cuaderno rayado. Yo lo leo una y otra vez conmovida por el milagro: es el mismo mi nombre, mi puente, mi arroyo, mi línea, mi familia, SOY YO. Una denominación femenina, tácita, circular, dibujada en perfecto español con trazo abierto, compuesto y tan lagrimal como pueda ser posible. Y el alguien poniendo voz de abuelo o de madre que me pregunta: “Macarenita querida, ¿cómo estás?”, sin esperar, por suerte divina, ninguna respuesta.
Macarena
30 de Noviembre de 2007
Y como quien no quiere la cosa se me dio por volver a aquellos seres impersonales, sanguíneos, tan empecinada, obstinada y firme como siempre en mi misión de encontrar razones en la demencia. Así como lo escuchás, che. Vender, comprar, heredar, intentar un diálogo... Pero no es posible. Igual, ojo, creo que ya entendí. Creo, mirá si no...
“Chicos, chicos, vengan, escuchen:
La locura ahora es la madre que perdimos.
¿No les parece horrendo?”.
No. Ni en eso el acuerdo.
Un rostro inmejorable me sonríe, me canta, me hace soñar, escribir apurada, sentirme útil, mujer, demasiado ocupada. La velocidad del tiempo no me gusta. En el jardín, sentada al sol los pocos segundos que lo tolero, me recuerdo también a mí, a la que era con los dientes más desparejos o incluso con los anteriores, con esos dichosos blancuzcos que no preocupaban. Pero tanto que tanto nos me pasó, y ojo que no hablo del agua porque lejos estoy siempre de los puentes y lo que es peor, de los arroyos.
Siempre hablamos de otra cosa así como también siempre necesitamos más agua.
Por eso la ilusión de un futuro natural me hace llorar. Lo veo tan difícil como la comprensión de mi hartazgo y también la de los grandes temas, de mis enormes ausencias, de mis tantos y repetidos duelos que no cesan. Y me visto de negro pensando en que ha de ser en parte por eso. Y veo una música y escucho un teatro y tiemblo soñando con que algún día me sintetizaré por fin en un libro que generará otro y otros y otros. Eso si lo sé, esa sí es una certeza que encima puedo disfrutar. Y cuando mi hija no me copie más, y cuando se enoje conmigo y sienta la vergüenza de los hijos crecidos e inteligentes, lloraré más que hoy, más que ahora, eso también lo sé pero no lo disfruto.
Un marido que trabaja y una mujer que a veces soy yo reclamando y exigiendo. Ingratamente cansada del espacio imposible, de los muebles antiguos y de siempre. Se han ordenado así los papeles mientras la pollera floreada ayuda a que me miren y me halaguen por la calle sin saber que antes era más linda pero menos tantas otras cosas.
La flameante primavera con el verano prometedor . Preparar la mochila, leer el cuaderno de comunicados, encontrar el equilibrio de los límites. La hora maldita de bajar las persianas; el desenlace del día. La noche de a tres. Me pongo crema, mando besos, y en el medio escribo furtivamente, como loca, desquiciada, como la que necesito ser.
(¿Sabés que a veces no me doy cuenta y salgo a la calle con la cara pintada de témpera?)
Mencionar, mencionarme, buscar y buscarme: la contractura feroz con la que mi cuerpo me avisa la catástrofe del cansancio. Pará, es tan fácil la recomendación. Fin de año. Pará un poco, descansá. ¡Ay, si pudiera!. Las noches se apilan sin sexo como los bloques de madera, las torres, los castillos y esas muñecas que han vuelto a nacer en su segunda vida, con historia mejor, con dueña preciosa.
“Saco una manito la hago bailar, la cierro la abro y la vuelvo a guardar”
Y ella... Ella que acomoda las sillitas rosadas y finge que tiene más gente a su alrededor (¿o acaso la tiene?). Ella que se tira agua encima del cuerpo de piel más que suave y me invita una y otra vez a ser su amiguita.
“Ahora si, a ver qué lindo, ¡muy bien!, ahora no, estoy ocupada, estoy cocinando, dejame escribir, no te vayas, decile a la señora cómo te llamás, quedate conmigo, te amo, cuidame, no, no me cuides, yo te tengo que cuidar, a los amigos no se les pega, hay que com-par-tir, te cuido, estás paspada, estás pintada, estás sucia, qué linda sos despeinada, poco pelo, los ojos más halagados de Dios, risa falsa, tus grititos cada vez más fuertes y agudos, nunca fui tan feliz, tu caca no me da asco, nunca amé tanto a alguien, y en tu detrás y en cada rincón quedate tranquila que estoy yo, tu madre más judía que nunca”.
Yo
Convertida más en madre que en mí misma, pá qué te voy a mentir, y encima el miedo de perder en cada latido, con el humo que me roza de costado, que me tienta, con la comida, el pueblo, las compras, (porque acá la carne es mejor y allá el tomate es más rojo), la sopa de verduras natural, la falta de calditos, esa voz que dice “señora hay que comprar líquido para los muebles de madera” que me deja imaginar una morena que me limpia la casa y hace disparar los corazones de los policías y obreros de mi barrio. El teléfono, el jardín de infantes, el jardinero, el sodero, la depiladora, el diarero, el pediatra, los chiches, la familia política, la batalla del movimiento, los hermanos elegidos, las comidas, los eventos, los globos, los vestidos blancos, las cien películas no vistas, todo lo que ya no se fuma, las tres horas de pre-jardín. Y en el medio la tele que incluso apagada muestra a un tipo macabro que se sigue metiendo alfajores en la boca para burlarse de la gente. “En casa no se ve esa mierda”, dice la voz cerrada del nuevo jefe de hogar. No, en casa nada de mierda, por eso el baño clausurado.
Las amigas que recomiendan salir de casa. Las solteras que no entienden. Las casadas con las que las quejas se convierten en canciones y llantos. Nosotras, ellas, las nuevas y las viejas tan pero tan joviales y salidoras. Consejos al por mayor, pasen y vean, es todo carísimo. Alumnos y profesores, una psicóloga, enseñar y ser bien enseñada y mal aprendida. Mis novelas inéditas, las que todavía no sé que voy a escribir. Las demandas de la abuela generosa. El futuro de heredera. Él en su silencio. Menor cantidad de deseo. Me arreglo para su llegada. Me pinto los ojos a la noche. Me pongo perfume. Pido que me saquen a pasear y me compren chocolates. Las obligaciones sociales, el no parar, el uno dos y tres. Y ahora respiren profundo y vayan abriendo los ojos porque la clase terminó.
Y sí viste, ser mamá te cambia la vida, sobre todo las prioridades y la sensibilidad. ¿Yo?, ya tres días de la madre, gracias, y también navidades felices siempre excesivas mereciendo la nunca suficiente gratitud. Y riendo a carcajadas pienso en las preguntas que ya no podré hacerle a mi madre, las que no quiero que me conteste mi padre, los interrogantes, el dolor que mata y quema desde la garganta hasta los riñones. La felicidad que cura. Los cumpleaños infantiles, presupuesto de sonrisas y juguetes. Las enfermedades, los problemas de adultos que tenemos nosotros los niños. Pocos secretos, amor por mi hombre, dudas y muchas más ganas que concreciones. La alianza que beso a diario de aquel casamiento que pasó hace mil años, un viernes. La gente que pregunta “¿y el segundo para cuando?”, y vos que querés pensar que te hablan de un televisor.
Mi hoy feliz, mi soledad, mi maternidad, mi matrimonio, mi no casa, la velas nuevas que no me compro, el sueño de un verdadero cuarto de la nena recién pintado y yo que desde ahora te doy mi palabra: nunca más voy a ir al velorio con un muerto a la vista tan amarillo. No deseo encontrarme más con mi entonces y mi alerta y una banda de tíos y primos con sus caras deformadas por el tiempo y el alcohol. La inmensa hipocresía que quizás no lo es tanto porque al fin y al cabo, pienso, cada uno hace lo que puede con su vida.
Pero por suerte casi siempre hay alguien que tiene mi mejor cara y que se apiada de mí alguna noche y me entrega mi nombre escrito con linda letra sobre un cuaderno rayado. Yo lo leo una y otra vez conmovida por el milagro: es el mismo mi nombre, mi puente, mi arroyo, mi línea, mi familia, SOY YO. Una denominación femenina, tácita, circular, dibujada en perfecto español con trazo abierto, compuesto y tan lagrimal como pueda ser posible. Y el alguien poniendo voz de abuelo o de madre que me pregunta: “Macarenita querida, ¿cómo estás?”, sin esperar, por suerte divina, ninguna respuesta.
Macarena
30 de Noviembre de 2007
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